Al tercer año en la isla comencé a perder parte de la visión. Era de esperarse y el proceso inició sin sorpresas: la acromatopsia iría fracturando, muy lentamente, la comunicación entre las células fotorreceptoras de mis ojos y mi cerebro.
A algunos el proceso los enloquece; pero adiosgracias gocé de la curiosidad suficiente para observar sin pánico cómo los colores primarios, el rojo, el verde y el azul, se iban yendo uno a uno. Primero se fue el rojo, llenándome de una sensación fría, como de madrugada perpetua. Era hermoso, pero “lo hermoso deja de serlo cuando dura tanto: entonces se instala en el alma y solo se nota cuando se va”.
Lo anoté exactamente así en mi libreta.
La ida del color verde fue terrible: todo lucía plástico, de mentiras. “Ahora siento que cada cosa que toco, cada flor o fetidez, cada charla, cada sorbo de agua es falso”, anoté.
Un par de años duré viendo todo en blanco, gris y negro: la enfermedad se había instalado al fin. Acaricié la idea de ser feliz a pesar de no poder ver ningún color, pero fue un espejismo.
Ella me sacó de allá y me trajo de vuelta.
“Volvió el rojo, solo”, fue lo que anoté en el corto periodo de conciencia que le siguió a esa horrible sensación, antes de mi partida de la isla.
Y, sin que aún entienda por qué, también trajo consigo los colores. Con ella y mi salida de la isla, lo hermoso volvería en cualquier momento.
“La vida al fin se acomodará”, fue mi última anotación.
25 Ene 2017
Color blind
Al tercer año en la isla comencé a perder parte de la visión. Era de esperarse y el proceso inició sin sorpresas: la acromatopsia iría fracturando, muy lentamente, la comunicación entre las células fotorreceptoras de mis ojos y mi cerebro.
A algunos el proceso los enloquece; pero adiosgracias gocé de la curiosidad suficiente para observar sin pánico cómo los colores primarios, el rojo, el verde y el azul, se iban yendo uno a uno. Primero se fue el rojo, llenándome de una sensación fría, como de madrugada perpetua. Era hermoso, pero “lo hermoso deja de serlo cuando dura tanto: entonces se instala en el alma y solo se nota cuando se va”.
Lo anoté exactamente así en mi libreta.
La ida del color verde fue terrible: todo lucía plástico, de mentiras. “Ahora siento que cada cosa que toco, cada flor o fetidez, cada charla, cada sorbo de agua es falso”, anoté.
Un par de años duré viendo todo en blanco, gris y negro: la enfermedad se había instalado al fin. Acaricié la idea de ser feliz a pesar de no poder ver ningún color, pero fue un espejismo.
Ella me sacó de allá y me trajo de vuelta.
“Volvió el rojo, solo”, fue lo que anoté en el corto periodo de conciencia que le siguió a esa horrible sensación, antes de mi partida de la isla.
Y, sin que aún entienda por qué, también trajo consigo los colores. Con ella y mi salida de la isla, lo hermoso volvería en cualquier momento.
“La vida al fin se acomodará”, fue mi última anotación.
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