De la muerte enamorada

“Te amo”, decía ella mientras enterraba un puñal en mi pecho.

“Ya hemos hablado de esto…”, le dije, a pesar del insoportable pero ya habitual dolor.

A los 45 ella, la mismísima muerte, se había presentado en mi cama despues del primer infarto. Hablamos, le conté mis recuerdos, quién creía que era y lo que dejaba atrás.

Nunca esperé que decidiera nunca llevarme consigo.

Ni mucho menos que se enamoraría y que sus caricias, que cada vez se sentían como una puñalada en el corazón, fueran su forma de demostrarlo.