Haki – II

Cuando Haki Fayé huyó de su casa, descubrió con horror que sus amigos habían muerto. La humanidad había encontrado la concordia, pero algo no salió bien.

El advenimiento de esta nueva era fue un proceso lento y lleno de obstáculos, que dio resultados cuando se llegó a un acuerdo global, supranacional y supraestatal: solo habría una regla que fundamentaría el accionar humano: haz con el otro lo que quisieras que hicieran contigo.

Atrás quedó el código Hammurabi, la ley del Talión, del ojo por ojo diente por diente y todo vestigio de justicia retributiva, que justificaban la más inmoral pero dulce de las perversiones: creer que se puede hacer el mal a alguien si con ello se hace bien a un número mayor de personas.

Este cambio fue lento y respondió a un proceso civilizador milenario que fue erradicando poco a poco las matanzas basadas en la superstición, los sacrificios humanos, la quema de brujas, los libelos de sangre, la aniquilación de herejes, blasfemos y apóstatas, los castigos inicuos, la tiranía, la revancha política, las guerras masivas, los exterminios étnicos, las luchas generacionales por territorio, la violencia en los crímenes contra la propiedad y los delitos contra la integridad humana fundamentados en la ambición.

Haki se descubrió solo, con la camisa hecha jirones y una excoriación dolorosa y profunda en el muslo derecho; aún le quedaba un zapato y un olor a piel quemada al cual terminó rindiendo su consciencia. Se desmayó del asco y el dolor y mientras caía al suelo, justo antes de golpear su cabeza con el pavimento, un último destello de discernimiento le trajo la convicción de que nada sería como antes, de que si le quedaba algo de inocencia esta desaparecería ante la recién adquirida certeza de que la humanidad, al escoger la bondad como único principio rector, se había condenado a desaparecer.