¿Por qué trabajamos como trabajamos?

¿Siente usted remordimiento cuando no trabaja un sábado? SII, DOCTOR

¿No se le pasa por la cabeza el tomarse una cerveza un martes a las 2:30 pm? SII, DOCTOR

Si usted sufre de alguno de estos síntomas, mi estimado lector, usted sufre de una «Etica Protestante del Trabajo» avanzada.

Efectivamente, últimamente me había hecho la pregunta del porqué de semejantes remordimientos tan terribles cuando me levantaba un Lunes después de las 7:30am, o cuando dejaba el computador antes de las 5:30pm.

Y decidí investigar. Y me topé con el maravilloso Max Weber, con su teoría acerca de la Etica Protestante del Trabajo.

Esta teoría explica muy claramente cómo la forma de hacer negocios con la que vino el capitalismo echó mano de la ética protestante frente al trabajo, ética que resultó ser tremendamente conveniente para este nuevo tipo de visión del mundo.

Me explico: la ética protestante (que tiene la misma relación con la tendencia religiosa que el amor platónico de una estudiante con La República) es una filosofía importada de los monasterios que sirve para definir la relación entre un monje y el trabajo que debe hacer:

  1. El trabajo es un fin en sí mismo (per se, diría Nelson)
  2. Uno debe hacer su trabajo lo mejor que pueda
  3. El trabajo DEBE ser considerado un deber («Un sirviente fiel de la verdad realizará todo el servicio que debe en obediencia a Dios, como si Dios mismo lo hubiera pedido» – Richard Baxter, predicador)

Según Pekka Himanen, «la Orden Monástica de San Benito alertaba a los hermanos haraganes de que la inactividad es la enemiga del alma«.
Y esta última frase nos cae a todos (díganme si no) cual yunque en el espinazo. «Levántese mijito, no sea vago y quede como su tío Guillermo», «Deje la ociosidad y póngase a trabajar» son algunas de las frases con las cuales levantaron a nuestra generación.

Y YA SABEMOS POR QUÉ. Porque al capitalismo le convenía sobremanera una ética que ligara a su fuerza motora fundamental (la voluntad humana) desde lo más íntimo con sus intereses (productividad y demás).

La ética del trabajo sólo existía en los Monasterios en la Edad Media, hasta que llegó nuestro buen amigo Lutero y nos la chantó en nuestro nuevo modo de vida.

No es que esté mamerto.

De hecho, no es que esté en desacuerdo. Pero no sabía de donde venía ese desasosiego, esa jartera monumental de sentirme culpable y llenar mi culpa con trabajo y más trabajo.

Ahora lo sé. Y ya no le preguntaré de nuevo a Dolorán.