Buenos muertos

A Pacca se le arrimaban los perros de la calle con la cola batiente y feliz. Le acompañaban a donde fuera, le esperaban afuera de su universidad, caminaban con ella hasta su casa.

A Tabai siempre le daban más de lo que pedía. Los restaurantes llenaban más sus platos, en los bancos la gente le ofrecía un puesto adelantado en la silla, y en las fiestas desconocidos ebrios lo abrazaban y besaban en las mejillas.

Amalia fritaba empanadas en el frente de su casa para ayudar a la economía familiar, pero de un momento a otro su negocio floreció y tuvo que ampliarse al garaje. «Ella es acogedora, aquí me siento en casa», era el comentario más recurrente de sus clientes.

Pacca, Tabai y Amalia tenían en común que compraban ropa usada en donde Jabali, quien, como era operario de una funeraria, tomaba las prendas de los muertos que iba a ser incinerados para venderlas.

Pero Jabali solo tomaba ropa de gente buena, sin saber que así permeaba de bondad a sus desprevenidos clientes.