Del origen del amor

El hombre, completamente desnudo, sigue armando montoncitos de piedras en el río, ajustando cada una hasta crear una pequeña escollera. Con el pasar de los minutos espanta la corriente para empezar una charca cristalina.

Así pasa sus días el hombre de facciones aindiadas, cabello lacio con corte mohicano y el rostro delicadamente pintado con figuras en negro wituk.

Con cada pocito que crea en algún lado del mundo nace un amor y con cada dique vencido vierte una lágrima que hace crecer el río.

Por eso a las charcas que quedan se les llaman, como a los amores serenos, remansos.

Y por las que se deshacen, el río crece, haciendo de su vida una eterna reconstrucción.