Hell

Hacía ya dos siglos (o más) desde que había vendido mi alma por la oportunidad de ser inmortal. Como todos los días, vagaba por las ciudades abandonadas lamentando mi decisión, recordando a mis hijos y a los hijos de mis  hijos desvanecidos en el olvido, imaginando las vidas extinguidas, siendo todos y cada uno de los hombres en mi mente.

Hacía ya un siglo desde que el penúltimo humano había dado su último respiro. Quedaba yo, sin saber si todavía lo era.

Como cada noche, encendía una pila funeraria para los restos que quedaban del hombre: papeles, juguetes, ropa, perros.

Hacía ya cinco minutos desde que la llama se había avivado por un tronco lanzado por un niño con facciones de anciano que se sentó a mi lado, harapiento y sucio.

–¿Vienes por mi alma? -pregunté aliviado.

–Vengo por tu alma -contestó-. Pero antes voy a esperar aquí contigo a que te llegue el entendimiento de que hace solo un minuto hicimos el pacto, y este es solo el primer sorbo de tu eternidad.