Exclusividad y fidelidad

Vamos a servir de distribuidores en Internet para este negocio, pero vamos a exigir exclusividad”, me decía mi amigo Carlos sobre un posible negocio en el cual iba a participar.

Me gusta pensar en la exclusividad en la misma forma cómo pienso de la fidelidad en la relación con mi esposa: no importa cuántos papeles haya firmado, cuantos sacerdotes hayan derramado sobre mí mil admoniciones e infiernos eternos en caso de infidelidad, el asunto de la exclusividad con ella no es más que una cuestión de elección.

No hay nada que ella pueda hacer (y visceversa) en caso de que no desee seguir siendo exclusivo. Soy fiel porque se me viene en gana, no porque alguien me lo impone (insisto: y visceversa).

Y funciona igual para la economía de mercados: ¿para qué voy a buscar más distribuidores si el que tengo suple mis necesidades por completo y me está abriendo caminos que sólo posiblemente me hubiera demorado más?

“la fidelidad es una elección, no una imposición”

Por ello, mi consejo para mi amigo es fácil: hay que volverse imprescindible, hay que hacer cosas que los demás distribuidores no puedan hacer, hay que ganarse la exclusividad. Por que al fin y al cabo en términos de mercados y en cualquier otro escenario que se nos ocurra, la fidelidad es una elección, no una imposición.