24 Sep 2014
El futuro nos quedó debiendo mucho – Mi aporte en la Cena VallenPaz
El título de mi intervención fue «La deuda del futuro con nuestra generación»…
Aquí hay algunas fotos del evento
Y esta fue mi intervención…
Mis primeras palabras en esta cena fueron “Bienvenidos al futuro”. Y creo que muchos de mis compañeros de generación podemos estar de acuerdo en que el futuro que estamos viviendo es completamente distinto al que soñamos… ninguno de nosotros vio venir Internet, Facebook, Skype o WhatsApp ni el uso que le damos ahora.
Pero pregunto… ¿no sienten ustedes, como yo, que el futuro nos quedó debiendo muchas cosas?
Los de mi generación nos levantábamos en la mañana de los sábados a prender el televisor y ver un largo capítulo de El Auto Fantástico…
Automán (nos quedaron debiendo a «cursor»), y un poquito después, los Supersónicos. Todos estábamos convencidos que en el año 2000 los carros iban a volar, y que podríamos ir de un lado al otro con una mochila con turbinas. Seguro que si viajáramos en el tiempo y pudiéramos contarle sobre esta cena a aquel niño que ocupaba nuestros zapatos, su pregunta hubiera sido… ¿y cuántas Robotinas servirán la cena?
Pero posiblemente lo que más le podemos reclamar al futuro que nunca llegó, y que es una deuda que no ha podido saldar, es la paz.
Si pudiéramos viajar un poco más hacia el pasado, digamos que al año 1900, habría dos cosas que no podríamos explicar a nuestros antecesores… la primera, no sé cómo podría explicar que llevamos en nuestros bolsillos unos aparatos que están conectados a la más vasta red de conocimientos que el mundo ha conocido, ¿y qué uso le damos? Pues nada más ni nada menos que para aceptar invitaciones a grupos de WhatsApp y para ver memes de gatos y políticos.
La otra espor qué a estas alturas nos seguimos matando entre nosotros y aún hay gente que tiene hambre.
Por ello creo que a alguien del pasado podemos darle una buena noticia: a esta altura de nuestra historia, está estadísticamente comprobado que nos estamos volviendo mejores seres humanos. Estamos mejorando lenta pero consistentemente…
The Economist, posiblemente la publicación semanal más respetada del mundo, pronostica que para el año 2025 la violencia involucrada en los crímenes contra la propiedad desaparecerá tal como la conocemos hoy. Traducción: no nos matarán por robarnos. La razón, según lo plantean un par de Premios Nobel de la Economía, es que la tecnología cambió completamente el panorama… no solo las cámaras, las alarmas y tecnologías desarrolladas para la protección de nuestros bienes evolucionarán para desincentivar la violencia, sino que las fuerzas del orden estarán cada vez mejor equipadas para contrarrestar a los tontos que no saben de evolución e insisten en seguir el mal camino.
Steven Pinker, un renombrado investigador autor de un estudio de más de mil páginas sobre el declive de la violencia y sus implicaciones, afirma, basado en cifras y estadísticas completísimas –escúchenme bien…
“Aunque parezca mentira –y la mayoría de la gente no lo crea-, la violencia ha descendido durante prolongados periodos de tiempo, y en la actualidad quizás estemos viviendo en la época más pacífica de la existencia de nuestra especie”.
Ya les vi la cara, pero las cifras son tozudas: en su libro Pinker nos hace caer en cuenta que ahora es noticia algo que era cotidiano hace algunas décadas, como la violencia contra la mujer o el maltrato a un niño.
No estamos cerca, pero nos estamos acercando.
Nuestros estándares, no los de los malos, los estándares de la gente buena como ustedes o como yo, han venido elevándose cada vez más, y gran parte de ello se debe a que tenemos ahora la posibilidad de hacer catarsis y difundir cualquier atrocidad con más velocidad que cualquier otra generación anterior… todo esto gracias a la tecnología. Resumen: cuando vean a ese amigo que no hace sino quejarse en Facebook, no lo ignoren, denle Like… ese señor en el medioevo hubiera arrasado con dos o tres aldeas.
Amigos, escúchenme bien…nos estamos convirtiendo en mejores personas, y la tecnología nos está ayudando.
Y les voy a poner un ejemplo de esto: si les pido ahora que piensen en un superhéroe, ¿a quien mencionarían? ¿a Superman? ¿al Hombre Araña? ¿a Batman, la Mujer Maravilla?
Hoy hablemos de otro…
En el año 2014 se cumplieron 100 años del nacimiento de uno de los más grandes superhéroes de la historia, un hombre que salvó a mil doscientos millones de personas: su nombre, Norman Borlaug. Este ingeniero agrónomo logró alterar genéticamente al trigo para que creciera mucho más, fuera más resistente a las plagas y más nutritivo… esta innovación tecnológica (porque todo lo que es tecnología no necesariamente tiene que ver con computadores) salvó de la hambruna a más de un billón de indios y pakistaníes. Ni más faltaba, le dimos un premio Nobel de la Paz y lo tiramos al cajón del olvido… ¿o cuántos de nosotros se enteró de su existencia, o incluso, de que murió hace tan poco?
Este héroe demuestra que cada vez nos estamos volviendo mejores, porque con su regalo a la humanidad Borlaug llevó paz a una región que era un hervidero de violencia, una bomba de tiempo social que estaba a punto de explotar. Hoy podemos decir que hubo un país al cual los alimentos y la tecnología le llevaron paz.
Este lento pero consistente proceso de mejoramiento nos trae esta noche aquí, amigos… porque si ya tenemos claro que la tecnología y los alimentos llevan paz a los pueblos, también es cierto que en el centro mismo de esa evolución está su motor fundamental, la condición suficiente y necesaria para nuestro progreso: hombres y mujeres inteligentes y con bondad en su corazón, que le apuestan a la innovación porque saben que aquellos que hoy nos hacen daño, ayer fueron niños que no soñaban con ser lo que son.
Hoy agradecemos su presencia, porque hombres y mujeres inteligentes y con bondad en su corazón, como ustedes, son quienes no solo hablan, sino que actúan para dar una oportunidad al campo donde crecen esos niños, y saben muy bien que con sus acciones están dando una oportunidad a la paz, y con ella, a un futuro que ya no nos quedará en deuda.
Bienvenidos de nuevo, bienvenidos de nuevo al futuro.
18 Dic 2020
Un discurso improvisado
Ayer improvisé un breve discurso frente a 155 graduandos de un ciclo de capacitación tecnológica para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Parquesoft lideró la iniciativa, la alcaldía de mi ciudad la financió, y Orlando Rincón, amigo generoso como siempre lo ha sido conmigo, me pidió que les diera unas palabras de testimonio de que en en la industria del software en esta ciudad se puede triunfar.
Pues me pasé como tres cuadras…
Esto dije, más o menos…
Fui de la primera camada de Parquesoft
Hace más de 20 años, con los sueños en tamaño embrión y una gigante ilusión, inicié mi vida empresarial. VIANet (así exigíamos que se escribiera) hacía Intranets para grandes grupos corporativos. Eran redes de comunicación y conocimiento interno centralizadas… como una página web corporativa pero para adentro de la organización.
La tecnología que desarrollamos era de avanzada. Programamos en Javascript hasta los límites de ese lenguaje, estiramos las especificaciones de las hojas de estilo y nos inventamos etiquetas HTML para hacer lo que queríamos y no se podía según los estándares. No nos quedó tecnología web-servidor por explorar.
VIANet se consumió en la lenta flama de mis incompetencias de la primera edad: más preocupado por el algoritmo que por las finanzas, muchos esfuerzos se fueron diluyendo y la contundencia de nuestro código sucumbió a los irrefutables estados de resultados y de situación financiera.
Mientras ese avión de papel caía (bueno, tampoco de papel: logró sustentar a más de 25 familias y darnos un estilo de vida de estrato 26 durante un buen periodo), creé un grupo consultor (MangaGroup, cómo me gustaba ese nombre), empresas de infraestructura IT (online1A, creo que llamé a una) y hasta distribuidoras de contenido digital. Efímeras, pero sirvieron a muchas personas para hacer cosas con sus productos.
Todas ellas me dejaron satisfacciones, algo de capital y un balance despiadado: sé más cómo no hacer cosas que cómo hacerlas.
Después de eso vinieron un par de empresas (Actualícese) y emprendimientos (desde IT para criptomonedas hasta restaurantes-museos), y esos no han caído después de décadas. Pero eso da para otro día.
Este era el contexto: un emprendedor de tecnología frente a un grupo de novatos recién graduándose.
Supongo que lo único que podía darles era un par de consejos. Se me fueron tres:
Primero: especialícense.
En una línea específica (frontend, backend, infraestructura, machine learning, etc), en un framework o en un lenguaje, lo que sea. La especialización da dinero en esta industria.
Pero siempre, como religión, revisar esa elección cada cierto tiempo. Yo lo hacía cada seis meses o cada año: me obligaba a cacharrear nuevos lenguajes, nuevos frameworks. Con ello, ratificaba mis elecciones o las cambiaba.
Segundo: resiliencia.
Que el mercado trate tan bien a la industria tecnológica no hace que no sea a veces cruel. Y hay que saber resistir los embates de la ocasional tiranía de clientes, stakeholders, empleados y gobierno.
Algunos podrán ser anticipados; algunos solucionados con dolorosas concesiones; pero la mayoría lo dejan a uno como sin aire, preguntando «¿y yo a qué hora me metí en esto».
La resiliencia es una habilidad adquirida; no se nace con ella. Necesita entrenamiento y una alta dosis de autoconsciencia: «sé que esto es una prueba, sé que algo trajo para aprender; saldré golpeado, pero saldré».
Tercero: emprender.
No todos nacen emprendedores, lo entiendo perfectamente. De hecho, ser empleado en la industria del software en el momento en que escribo esto es altamente rentable, y una elección de vida que genera mucha calidad de vida.
Pero el emprendimiento permite devolver al universo lo que nos da con generosidad y transformar las que nos enseña con crueldad.
Contemplar la posibilidad de generar empresa es algo que debe estar en la lista de chequeo de todos por el desarrollo personal que suscita, la satisfacción de ser motor de prosperidad para quienes nos rodean, y la inercia neuronal que también robustece el corazón, vuelve a los días cortos y acelera los vínculos.
«No saben en lo que se metieron, muchachos, pero no se van a arrepentir. Buen viaje.»