7 May 2019
Wiegenlied
Rahid nació en Comilla cinco años antes de que sus padres se conocieran. A los ocho, su profesor de música lo llevó al conservatorio para que hicieran el diagnóstico: Rahid sufría del don del oído absoluto.
Con unos pocos años de entrenamiento fue capaz de darle nombre de tono musical a cualquier cosa audible: su padre le hablaba en Mi, el teléfono sonaba en Fa sostenido y su hermano recién nacido lloraba en una extraña séptima de Si.
Sabía exactamente en qué momento la comida estaba lista por el sonido del aceite sofreído en Re e identificaba a su gato por el ronroneo en Sol menor.
No pudo estudiar formalmente la música: todos los instrumentos le sonaban desafinados y solo podía limpiar sus oídos con el Wiegenlied de Brahms o haciendo resonar el Mi de su diapasón.
Murió un par de años antes de que su hijo naciera. Lo llamaron también Rahid, nombre que al pronunciarse con amor resuena en un La perfecto.
Notas:
- El oído absoluto me genera mucha curiosidad. Lo tuvo Mozart y muchos grandes músicos (aunque hay correlación con el talento, no hay causalidad: alguien con oído absoluto puede no desarrollar talento y gusto para la música, así como alguien con gran capacidad pulmonar no le guste nadar).
- Los sonidos aquí descritos (el teléfono, las voces, el llanto, el ronroneo y hasta el aceite hirviendo) están en rangos específicos de frecuencias auditivas que pueden relacionarse fácilmente con notas musicales.
- El protagonista nace en Comilla (Bangladesh), donde también nació Ali Akbar Khan. Este músico clásico hindú afinaba a una frecuencia de 268.8 (en la mitad del camino del Do al semitono posterior).
- La Wiegenlied de Brahms es un caso maravilloso: ¿cómo una canción de cuna que enlaza a dos seres humanos (madre e hijo) de una forma tan automática y perdurable?
- No, el protagonista no era adoptado. Hay algo de taumaturgia en la forma en que el cosmos lo replicaba. Este motivo lo desarrollaré en otros cuentos.
18 Dic 2020
Un discurso improvisado
Ayer improvisé un breve discurso frente a 155 graduandos de un ciclo de capacitación tecnológica para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Parquesoft lideró la iniciativa, la alcaldía de mi ciudad la financió, y Orlando Rincón, amigo generoso como siempre lo ha sido conmigo, me pidió que les diera unas palabras de testimonio de que en en la industria del software en esta ciudad se puede triunfar.
Pues me pasé como tres cuadras…
Esto dije, más o menos…
Fui de la primera camada de Parquesoft
Hace más de 20 años, con los sueños en tamaño embrión y una gigante ilusión, inicié mi vida empresarial. VIANet (así exigíamos que se escribiera) hacía Intranets para grandes grupos corporativos. Eran redes de comunicación y conocimiento interno centralizadas… como una página web corporativa pero para adentro de la organización.
La tecnología que desarrollamos era de avanzada. Programamos en Javascript hasta los límites de ese lenguaje, estiramos las especificaciones de las hojas de estilo y nos inventamos etiquetas HTML para hacer lo que queríamos y no se podía según los estándares. No nos quedó tecnología web-servidor por explorar.
VIANet se consumió en la lenta flama de mis incompetencias de la primera edad: más preocupado por el algoritmo que por las finanzas, muchos esfuerzos se fueron diluyendo y la contundencia de nuestro código sucumbió a los irrefutables estados de resultados y de situación financiera.
Mientras ese avión de papel caía (bueno, tampoco de papel: logró sustentar a más de 25 familias y darnos un estilo de vida de estrato 26 durante un buen periodo), creé un grupo consultor (MangaGroup, cómo me gustaba ese nombre), empresas de infraestructura IT (online1A, creo que llamé a una) y hasta distribuidoras de contenido digital. Efímeras, pero sirvieron a muchas personas para hacer cosas con sus productos.
Todas ellas me dejaron satisfacciones, algo de capital y un balance despiadado: sé más cómo no hacer cosas que cómo hacerlas.
Después de eso vinieron un par de empresas (Actualícese) y emprendimientos (desde IT para criptomonedas hasta restaurantes-museos), y esos no han caído después de décadas. Pero eso da para otro día.
Este era el contexto: un emprendedor de tecnología frente a un grupo de novatos recién graduándose.
Supongo que lo único que podía darles era un par de consejos. Se me fueron tres:
Primero: especialícense.
En una línea específica (frontend, backend, infraestructura, machine learning, etc), en un framework o en un lenguaje, lo que sea. La especialización da dinero en esta industria.
Pero siempre, como religión, revisar esa elección cada cierto tiempo. Yo lo hacía cada seis meses o cada año: me obligaba a cacharrear nuevos lenguajes, nuevos frameworks. Con ello, ratificaba mis elecciones o las cambiaba.
Segundo: resiliencia.
Que el mercado trate tan bien a la industria tecnológica no hace que no sea a veces cruel. Y hay que saber resistir los embates de la ocasional tiranía de clientes, stakeholders, empleados y gobierno.
Algunos podrán ser anticipados; algunos solucionados con dolorosas concesiones; pero la mayoría lo dejan a uno como sin aire, preguntando «¿y yo a qué hora me metí en esto».
La resiliencia es una habilidad adquirida; no se nace con ella. Necesita entrenamiento y una alta dosis de autoconsciencia: «sé que esto es una prueba, sé que algo trajo para aprender; saldré golpeado, pero saldré».
Tercero: emprender.
No todos nacen emprendedores, lo entiendo perfectamente. De hecho, ser empleado en la industria del software en el momento en que escribo esto es altamente rentable, y una elección de vida que genera mucha calidad de vida.
Pero el emprendimiento permite devolver al universo lo que nos da con generosidad y transformar las que nos enseña con crueldad.
Contemplar la posibilidad de generar empresa es algo que debe estar en la lista de chequeo de todos por el desarrollo personal que suscita, la satisfacción de ser motor de prosperidad para quienes nos rodean, y la inercia neuronal que también robustece el corazón, vuelve a los días cortos y acelera los vínculos.
«No saben en lo que se metieron, muchachos, pero no se van a arrepentir. Buen viaje.»
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