Bonsai

Digamos que llego vivo hasta los noventa, presupuestando multas por desafueros y excesos de velocidad, y cansancio por exceso de equipaje. Eso si es que no pasa algo catastrófico, lo cual es harto posible dado el lugar donde se me vino a ocurrir nacer y mi tendencia a ignorar las señales de tránsito de la vida.

Aún si llegara a los noventa seguiría siendo un infante para este pequeño pariente de los árboles del Valinor. Él vivirá más de mil años, y cuando todos desaparezcamos y solo quede su especie, en los recuerdos compartidos por la savia seré solo un efímero y minúsculo humano que podaba con torpeza, perseguía hormigas e inventaba ridículos mecanismos de hidratación.

Cuando llegue la segunda era de los árboles llegará mi redención, fíjense ustedes.

Desde que apostaté, ya no hay cielos ni sanpedros ni once mil vírgenes para mí en paraíso alguno. Pero puede que en los concilios donde rigen los baobabs se recuerden mis buenas acciones y obtenga compasión.

Por eso cuido de este (por ahora) bonsai. Porque sé que vivirá más que yo, y que aunque moriré en pocas décadas, por mis buenas acciones trascenderé.

Así sea,
amén,
(o lo que sea)


Nota: escrito en octubre 19 de 2021.