No caemos en cuenta de su existencia pero son los culpables del avance del flujo de la información que ha dinamizado los mercados. Y no son nuevos: los asirios etiquetaban sus tablillas de barro tal como lo hacen hoy los youtubers con sus videos.
Ahora es fácil encontrar cosas en línea porque podemos filtrar, ordenar y depurar. En alguna parte de nuestra historia nos pusimos de acuerdo en tallas de camisas, estrellas de hoteles, clasificaciones de películas y otro sin fin de formas de clasificar las cosas que buscamos.
Eso son los metadatos: información sobre la información. Los mercados necesitaban más referencias que el precio sobre la intercambiabilidad de un bien o servicio, y no servía en prosa ni poesía: se necesitaba una taxonomía que fuera concertada entre los ofertantes del mismo mercado. Necesitábamos más datos sobre los bienes: disponibilidad, si comprar más rebajaba el precio, si venía en un color u otro.
Los mercados ahora son ricos en información debido a esos consensos, ontologías convenidas entre competidores para poder competir mejor que beneficiaron enormemente a los mercados y fueron piedra fundacional del crecimiento de los flujos de datos masivos (que no flujos masivos de datos, que necesitan ser distinguidos porque los primeros hablan de la escala de la información, y los segundos de la escala de la transmisión).
La eficiencia de los mercados está ligada a la existencia de esas ontologías, aunque no nos debamos preocupar por ellas porque serán (¿son?) mantenidas por los algoritmos de aprendizaje profundo diseñados con el objetivo específico de hacer coincidir el lenguaje humano de los demandantes con los metadatos alimentados por los ofertantes.
La calidad de la información que se nos presenta ahora en servicios financieros, viajes, librerías o streaming es por los metadatos. El salto en eficiencia de los sectores que ya están acordando ontologías (agroindustria, banca de primer piso, contabilidad, servicios profesionales, por nombrar los primeros que se me vienen a la mente) será masivo una vez se pongan de acuerdo y abandonen el caos orgánico.
Con la atención que les corresponde, la marcación y etiquetado de los metadatos hará que haya orden en el flujo de información, dándonos el chance de darle una mirada a otro pedazo del caos que queramos resolver.
25 Oct 2022
Neoliberalismo
No parecía una mala idea en 1938, cuando se planteó como hipótesis: las cosas se producirían en donde fuera más barato (por tener más a la mano la materia prima o mano de obra culturalmente mejor equipada) y fluirían a donde se necesitaran en paz, gracias a fronteras y comercios libres.
Para ello habría que bajar los aranceles, especializar la productividad de cada nación y permitir que el dinero circulara fácilmente.
Y bueno, que también todos estuviéramos de acuerdo.
Esa, como otras premisas del pensamiento neoliberal nos vinimos a dar cuenta de que no se cumplieron. A saber: que las cadenas de suministro serían resilientes (ante, digamos, una pandemia o una guerra); que la política haría que la sociedad local recibiera equitativamente el fruto de su esfuerzo; que los reguladores económicos globales ajustarían bien las perillas de la variación de mercados autoregulados; y que los estados actuarían eficazmente como válvula reguladora del estímulo a trabajadores, empresarios y consumidores.
Nada de eso pasó.
La globalización (fin último neoliberal) va para atrás. Comercialmente seguirá fluyendo, pero el choque cultural que produjo por la mala implementación será duro.
Es paradójico que el nacionalismo termine siendo el resultado de décadas de mala implementación de una hipótesis sobre un mundo globalizado que no parecía estar mal planteada, y que por premisas (y promesas) incumplidas nos devolvieran a los siglos del nacionalismo, las banderas y el populismo.