Deseo

Creo que no han pasado más de diez años desde cuando sé que puedo leer la mente de las personas. Bueno, no leer-leer; digamos que me entero inmediatamente, al mirarlos a los ojos, de sus deseos y expectativas.

Obviamente le he sacado todo el partido que he podido, ya se podrá imaginar. Ese extraño privilegio sumado a mi nulo respeto al concepto de moralidad me ha dado fortuna, poder y sexo, en iguales proporciones. “¿Cómo puedo ser tan afortunado?”, me pregunto todas las mañanas.

Hasta hoy.

Camino a casa, acompañado de una hermosa mujer, me topé con un anciano; me pidió una limosna, y sin pensarlo le tiré un dólar en su sombrero.

“Muchas gracias, le deseo todo lo mejor en su vida”, dijo.

Lo miré a los ojos y ví que, realmente, me deseaba todo lo mejor en mi vida.

Y era una vida sin este poder.