El Camino está marcado. Solo hay que abrir bien los ojos.

Hace algunos días terminé El Camino a Santiago. 32 días y más de 800 kilómetros desde Saint-Jean-Pied-de-Port a Santiago de Compostela, por tierras francesas y españolas. Después contaré un poco más al respecto.

El asunto es que noté mucho que en el listado de miedos iniciales de todos los peregrinos (así nos denominan, aún a los no creyentes), junto con todos los «¿y yo si podré?», «¿y si me pasa algo?», «eso es muy largo«, está «¿y no me perderé?».

Pero no hay forma de perderse. Siglos de peregrinaje han marcado cada bifurcación, cada pueblo, cada árbol. El Camino no necesariamente te llevará por la ruta más fácil, pero te asegura que llegarás. De pronto uno se desviará un poco, pero él se encargará de llevarte de nuevo a la ruta correcta.

La razón por la cual es fácil seguir las señales es porque ya sabemos a dónde queremos llegar y confiamos en El Camino, aún si nos lleva por senderos difíciles.

Y esto sirve para todo en la vida.

Relea la frase anterior y extrapole.

 

Algunas de las señales…