Equinoccio

Conocí una ciudad. Una ciudad hermosa, con jardines bien cuidados, familias en los parques, semáforos que no detenían sino que hacían fluir la vida en las calles limpias.

Grandes espejos de cientos de metros de altura se levantan sobre la ribera de su río; museos vibrantes con valiosas obras y teatros con ópera y bailes; restaurantes que ofrecen especies animales que, aunque homónimas a las nuestras, me resisto a creer que son lo mismo porque saben distinto, saben mejor.

Conocí una ciudad que ríe a carcajadas y vive apasionada por un deporte del cual ellos entienden cosas que el resto del mundo no. Sus famosos escritores y artistas son orgullo nacional, y lo muestran en cada lugar.

Una ciudad que, aunque en crisis por décadas, es mejor que muchas metrópolis que crecen en miseria. Esta vivió la grandeza y la hizo perdurar.

«Ya hicieron todo lo que iban a hacer» me contestó una otrora habitante cuando le daba mi versión de su inmensa avenida principal; los monolitos, mausoleos, cenotafios y monumentos; los palacios que construyeron.

Fui en primavera, pero me aseguró melancólicamente que la ciudad estaba anímicamente en otoño.

«Ya hicieron todo lo que iban a hacer«, oh sentencia dura y posible.

Los logros de los primeros años pueden ser una vara alta para saltar; mantenerse no puede ser la consigna; soñar en ser mejor después de tener un éxito inicial estruendoso es imperativo para hacerle el quite a la decadencia.

Eso me hizo ver cosas sobre mi vida, mi profesión, mis sueños.

No me quejo, pero ese reflejo en esa ciudad fue aliviado cuando pensé que aunque se sienta otoño, vendrá otro equinoccio primaveral, con flores y escándalo.