Me levanté como muchas otras mañanas antes del amanecer. La misma rutina: buscar las sandalias con la linterna del teléfono, caminar a la cocina y preparar el café. Un poco de crema dulce fría, porque quién tiene tiempo para un tinto hirviendo, y con el sonido del colador cambiarse para salir a correr.
Un poco de café antes de trotar no cae mal, como muchos piensan. Quita el sabor a saliva de la mañana y es amable con la garganta, a diferencia del corrientazo de una bebida congelada.
La cotidiana pelea con los audífonos enredados posterga el sprint inicial, y lo convierte en una caminata que el cuerpo, aún adormecido, agradece.
Cede la agitación del primer kilómetro a medida que las piernas se desperezan y se estiran y hacen que me olvide de su existencia. Ahora, somos solo la calle, mi respiración y una pequeña mamá guatín que acompaña en el humedal a sus hijos a la espera del transporte escolar. Alcanzo a ver cuatro, pero ya voy rápido y los pierdo de vista. Quién sabe cuántos serán.
Ya amaneció.
Al llegar de nuevo a casa, extenuado… digo bajito, para que si pasa alguien no me crea loco:
En este lugar pongo mis notas: ideas de negocio, pensamientos en borrador, pedazos de ensayos, citas a trabajos de otros y pequeños relatos (publicados y sin publicar).
Si le gusta un cuento, por favor cuénteme por algunared social; o si alguna idea de negocios le produce dinero, me debe un café. En eso soy irreductible.
21 Sep 2016
Gracias
Me levanté como muchas otras mañanas antes del amanecer. La misma rutina: buscar las sandalias con la linterna del teléfono, caminar a la cocina y preparar el café. Un poco de crema dulce fría, porque quién tiene tiempo para un tinto hirviendo, y con el sonido del colador cambiarse para salir a correr.
Un poco de café antes de trotar no cae mal, como muchos piensan. Quita el sabor a saliva de la mañana y es amable con la garganta, a diferencia del corrientazo de una bebida congelada.
La cotidiana pelea con los audífonos enredados posterga el sprint inicial, y lo convierte en una caminata que el cuerpo, aún adormecido, agradece.
Cede la agitación del primer kilómetro a medida que las piernas se desperezan y se estiran y hacen que me olvide de su existencia. Ahora, somos solo la calle, mi respiración y una pequeña mamá guatín que acompaña en el humedal a sus hijos a la espera del transporte escolar. Alcanzo a ver cuatro, pero ya voy rápido y los pierdo de vista. Quién sabe cuántos serán.
Ya amaneció.
Al llegar de nuevo a casa, extenuado… digo bajito, para que si pasa alguien no me crea loco:
“Gracias por acompañarme hoy”.
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