19 Ago 2015
Del mal vino, Nirvana y los «expertos en negocios»
En el paquete de todo adulto contemporáneo se puede encontrar tenis para trotar, dieta vegana-vegetariana-frutívora, bicicleta para el fin de semana, meditación y cava de vinos. En esta última onda me sumergí (literalmente): catas, lanzamientos, suscripciones, y un largo etcétera que me dejó muy, muy frustrado. Después de muchas noches «estudiando» los frutos de la enología, a duras penas lograba saber si un vino era tinto o blanco. Y eso.
Lo caro sale caro
Pero jamás pude distinguir un vino barato de uno caro. Así que lo único que podía hacer era confiar en los expertos, y someter mi incauta billetera a su criterio. Obviamente, entre más caro era y mejor evaluado era por dichos «expertos», más sentía que me debía gustar. Afortunadamente, existe gente como Robin Goldstein, quien puso a prueba a varios connoisseurs usando muchas técnicas, para lograr un solo resultado: los expertos en vino tampoco pueden reconocer un vino barato de uno caro. Goldstein llevó su teoría al extremo: creó un restaurante ficticio con el cual ganó un Premio a la Excelencia con vinos que habían sido rechazados en años anteriores por parte de la misma organización que le dio el galardón. Solo les hizo un cambio: les subió dramáticamente el precio. Los «expertos» sucumbieron a la percepción inicial de «si es caro debe ser bueno» y no pudieron reconocer los vinos que calificaron mal solo unos meses atrás.
Mi tema, para ser sincero, no es el vino. El asunto es que así como esos conocedores del vino, existen muchos jurados de-facto de ideas ajenas, o guías de emprendedores que piensan tener la verdad revelada sobre las ideas de negocio, y muy posiblemente terminen matando buenas ideas simplemente por rendirse a percepciones distintas al producto mismo.
Aprender a aprender
El truco aquí es aprender a aprender de los que se llaman «expertos». Escuchar más lo que NO se debe hacer que sus «rutas seguras al éxito», que son un cliché mentiroso. Entender que si a alguien ha ido bien es porque hubo una dosis de talento, suerte y trabajo que se combinó en distintas proporciones. Aprender a aprender de los expertos debe incluir también entender su proceso, más que el inicio o el fin. Por ejemplo, entender que a Bill Gates no se le aparecieron todos esos millones por un conjuro mágico, sino porque dedicó miles de horas a programar en uno de los únicos tres computadores disponibles en Lakeside hasta que visualizó una idea que lo llevó hasta donde sabemos. En ese proceso tomó decisiones e hizo virajes que no estaban en los libros de negocio hasta ese momento. Bajo esa lógica, ¿por qué el ingrediente del éxito de un nuevo emprendedor debería estar escrito? ¿dónde queda entonces la innovación?
Dave Grohl, quien fue el baterista de Nirvana y ahora es líder de Foo Fighters, la tiene más clara que muchos expertos en negocios cuando habló acerca de los muchachos que eran rechazados en American Idol o La Voz: «¡Están destruyendo la próxima generación de músicos!, los músicos deben ir a comprar una batería hecha trizas, llevarla a su garaje y tocarla, y traer amigos que toquen igual de mal. Tocarán, se lo pasaran increíblemente bien y de repente se convertirán en Nirvana».
Ese es el camino: una buena idea, un poco de rock, un buen vino y de fondo, muy al fondo, casi que sin que se alcance a escuchar, el consejo de algún experto.
10 Abr 2016
Un nazi con smartphone
Hace unas semanas mi preadolescente retoña me pidió un iPhone. Atolondrado, busqué mil excusas detrás de la podredumbre a donde nos ha llevado la sociedad de consumo, las virtudes de la vida ascética y otras excusas que me alcanzó a arrojar una rápida búsqueda en mi propio smartphone. Nada sirvió, y raudo me dirigí al San Andresito de la 80, donde me vendieron un «AiFone» chino buenísimo.
–No es un iPhone.
–Claro que lo es- repliqué. Puedes navegar, poner música y hacer llamadas a tu papá.
–No es un iPhone. Punto.
Es increíble cómo el mercado logra reconocer tan bien a algunas marcas. La impronta del mensaje que una marca deja es indeleble en la mente de sus usuarios si la forma de transmitir el mensaje es consistente. Lo interesante es que los humanos somos buenos, en general, reconociendo quiénes envían los mensajes así no los conozcamos.
Permítanme otra historia para ilustrarlo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los británicos conformaron un equipo de interceptadores de mensajes en clave morse que los nazis transmitían a través de la estática de las frecuencias radiales a sus tropas. Los resultados de este comando fueron decepcionantes, toda vez que a esa altura de la guerra podían interceptar lo que fuera, pero no tenían ni idea de lo que estaban diciendo los alemanes, pues los nazis transmitían en el famoso Código Enigma, descifrado años después por Alan Turing (cuyo suicidio en 1954 con una manzana con cianuro fue objeto de homenaje por parte de Steve Jobs en el ahora icónico logo de Apple).
Los británicos, a pesar del aparente desperdicio de tiempo y recursos, escucharon a través del tiempo al gran filósofo Francisco Maturana diciendo «perder es ganar un poco» y miraron qué le podían sacar de bueno a semejante esfuerzo. Y resulta que los agentes terminaron haciendo un hallazgo improbable: a fuerza de escuchar por horas y días la cadencia, el acompasamiento y la métrica de los mensajes, ya podían reconocer a sus remitentes. Puede que los nazis no entendieran nada, pero sabían QUIEN lo estaba diciendo. El estilo, la velocidad de tipeo e incluso las pausas de los nazis al enviar sus mensajes encriptados se volvieron reconocibles. Incluso, cuentan, llegaron a ponerles nombres. «Hans está enviando un mensaje desde Berlin», «Herr Häagen-Dazs llama a alguien desde el frente oriental, se nota preocupado», «Algo trama el commander Faber-Castell, porque está contento», imagino que serían los reportes de los agentes a sus superiores. La utilidad que tuvo para el mariscal Montgomery esta información le dio un giro a la guerra.
La enseñanza aquí es clara:el estilo del remitente es tan importante como el mensaje. Tanto Jobs en Apple como los agentes nazis transmitían cosas, pero lo que hacía reconocible su mensaje eran ellos mismos. La forma como transmitían su mensaje era su firma personal. Así como un agente interceptor lograba reconocer al nazi o como cuando al tomar un aparato podemos decir «esto es Apple», si hemos desarrollado un buen producto o servicio y le hemos puesto nuestra impronta, el mercado nos va a reconocer tarde o temprano.
Conclusión: nuestro producto no solo debe ser bueno; necesita un transmisor consistente y reconocible. Y su usted es emprendedor, es su labor, de nadie más.
Póngale SU firma.