21 Sep 2016
Automatizando la cotidianidad para facilitar la innovación
Hay cientos de procesos que uno lleva a cabo exitosamente en solo un día, y su éxito nos pasa desapercibido: nos levantamos a la hora precisa, desayunamos sin envenenarnos, nos dirijimos a nuestro trabajo sin contratiempos, trabajamos… el día a día (que no los días extraordinarios) están llenos de cotidianos éxitos que hemos logrado automatizar, por lo que no celebramos ninguno de ellos. Y es obvio: si no automatizaramos gran parte de nuestra vida todo lo nuevo que viene sería muy difícil de procesar.
En el mundo empresarial no es distinto: si no logramos automatizar con consistencia nuestras interacciones con los clientes, la creación de nuevos productos o la implementación de nuevas ideas estará truncada siempre. Así como no necesitamos fijarnos todos los días en la cantidad de pasta de dientes que hay porque tenemos un proceso de aprovisionamiento funcionando cada cierto tiempo, no deberíamos tener que estar preguntándonos, por poner un ejemplo, por la calidad del producto que hacemos llegar a nuestros clientes/jefes. Hay sistemas de alertas tempranas que nos avisan tanto en la cotidianidad de nuestra vida como en el entorno empresarial: si la pasta de dientes ya está quedándose vacía, buscamos si quedan en el gabinete y en caso de que no, anotamos en un post-it; igualmente, si en un sistema de encuestas automatizado a nuestros clientes como parte de nuestra estrategia post-venta vemos que hay más caritas tristes que caritas felices, algo hay que revisar.
La implementación de estos sistemas de alertas tempranas son críticas actualmente, sobre todo si proveemos servicios o productos donde el éxito está medido en el volúmen de replicación de ellos. ¿Cómo pretendemos ampliar una base de clientes si no sabemos cómo les está llendo a aquellos que hemos venido atendiendo? ¿Cómo pensar en lo nuevo si lo viejo no sabemos si funciona bien?
Esto debería estar en el corazón de los estrategas de la empresa: automatizar sistemas de alertas que nos permitan reaccionar a tiempo.
En Actualícese hemos venido implementando estos esquemas desde hace más de una década, con una revisión de trescientos sesenta grados anual. Hemos creado un inventario de puntos de contacto con nuestros clientes (página web, call-center, entregas de material impreso, envíos de correos masivos, envíos de email, SMS, grupos de Whatsapp, conferencias presenciales…) en donde buscamos maximizar la agregación de valor en la medida de lo posible.
Por ejemplo, cada aniversario de un usuario en nuestra comunidad es celebrado. Esa es una oportunidad para mercadear nuestras suscripciones. Y cada entrega de una factura nos da el chance de darle un beneficio de un patrocinador. Ahí hay una oportunidad para el equipo que vende pauta. Y cada llamada de soporte nos permite entender más al cliente. El equipo de Innovación está pendiente de estas llamadas y los analistas de Control Interno chequean las oportunidades de mejoramiento.
Lo mejor es que todo esto está automatizado. Aquí aplico la máxima de uno de mis profesores de la universidad, quien decía «el mejor programador es el programador perezoso: como no quiere repetir siempre lo mismo, crea una sola vez un algoritmo que prevee todas las posibilidades para no tener que estar iterando». Cuánta razón tenía.
Automatizar la cotidianidad facilita la innovación. Si nuestra vida personal depende de procesos que ya hemos logrado sistematizar, ¿por qué no darle un chance a ello en la vida empresarial?
Yo lo he hecho. Y lo he agradecido. Si no, no tendría tiempo para escribir esto.
9 Nov 2016
De la importancia de narrar historias
Hace algunos días escuché, maravillado, una historia sobre un pueblo valiente que se levantó contra la corrupción, la enconada lucha que libró y la heroica victoria de su gente. En la narración viajé por mar, río y selva con discursos, argumentaciones, arengas y cantos invadidos de desazón, orgullo, miedo y esperanza.
La historia no la reproduciré yo, porque no es mía, y algún día seguramente será contada. Pero me reafirmó la importancia de aprender a narrarlas.
De adolescente me impresionó aquella línea de Sartre en donde describe a un hombre francés cruzando la calle en una mañana parisina con su baguette bajo el brazo y el periódico de la mañana doblado en su mano; la sencillez de la escena y su cotidianidad no le impidió recrear una historia donde no era visible una.
Todos deberíamos aprender a contar historias, a reconocer héroes en anónimos cantares colectivos o en transeuntes ensimismados, a rescatar enseñanzas en lo improbable o en el mismo caos de la confrontación ordinaria darle propósito al día y así ofender al olvido.
Chinua Achebe, el escritor nigeriano, decía que las historias que quieren ser contadas necesitan del agitador («el hombre del tambor y la corneta»), el guerrero («que con su lanza hiere y desangra al fluir natural del las cosas») y el contador de historias. Este último le da sentido al grito del primero y el sacrificio del segundo.
¿Cómo? A través de la escritura, la narración, la música o la pintura. Suena un buen propósito para un día que amanezcamos sin él: descubrir una historia, grabarla en nuestra memoria y traspasarla después.
¿Qué tal que el hombre francés use la baguette para blandirla como una espada para defenderse de la insistencia de su arrendador? ¿O que el canto ancestral del pueblo valiente y sabio que repelió la perversión sea manual para más insurrecciones pacíficas?
No hay historia pequeña. Pero si nadie la cuenta, ¿qué le impide al olvido reclamar su presa?