Ya estamos como creciditos, ¿no?

Quienes tenemos la obligación de liderar grupos de trabajo debemos buscar la mejor forma de integrarlos con la mejor gente posible; y la mejor gente, como regla general, le gusta interactuar con personas de igual o mejor calibre para así hacer del trabajo un proceso de mejoramiento profesional continuo. Piénselo como un equipo de fútbol: a ningún jugador le conviene que alguno de sus compañeros sea un tronco que no pueda concretar un pase, hacer un gol después de una jugada colectiva, o tapar un tiro fácil echando por la borda los esfuerzos de todo el conjunto. Pero todos son felices y se benefician de alguien que sabe jugar en equipo, y que tenga una dosis de talento individual que le granjee la admiración de los demás. Ya que estoy en ejemplos, pensemos en Keith Richards, el guitarrista de Rolling Stones. Aunque es una leyenda, no son sus ganas de protagonismo lo que lo ha destacado: es su capacidad de darle cohesión al grupo, razón por la cual muchos podrían nombrar a Mick Jagger (el vocalista) y pocos a Keith. Pero eso no le importa.

El punto está, justamente, en la capacidad de ser parte de un conjunto, y para ello hay un componente fundamental que no he mencionado: la madurez. No han sido pocas las ocasiones que he visto cómo se desmoronan proyectos por la inmadurez de uno o varios de sus miembros. Y es que la definición en el ámbito corporativo de «ser adulto» tiene unos componentes adicionales a los que se requieren en la vida regular: aunque en nuestra casa estamos en pleno derecho de hacer exigibles ciertas cosas (las camisas deben ordenarse por colores o que las medias nonas deben ser incineradas, por ejemplo), en la empresa no puede ser así.

Por ello presento esta lista corta de «lista de chequeo para comportamiento adulto corporativo» con la plena seguridad que está incompleta, o que añadí algún ítem por algún trauma empresarial de mi juventud. Veamos:

Los adultos saben discutir con altura, pero no le huyen a la controversia. Si hay que defender una posición, se espera de cualquier empleado que salga a hacerlo sin miedo. Hay que recordar que la posición que quiere defender no es la suya, sino la de un interés empresarial que merece ser discutido. Por ello, una persona madura entiende que al entrar en una confrontación lo hace no como una querella personal, sino como una contraposición a algo que siente que puede ser mejor o que esté afectando los intereses de la empresa. Pero ojo, el ser adulto también es reconocer el tono de una conversación. Personalmente, no me preocupa que haya agitación y apasionamiento, mientras no haya grosería o tonos altaneros, que es justamente en donde se ve la madurez de alguien. Si podemos recibir un «estás equivocado, y esta pelea la perdiste por estos argumentos que te estoy presentando», felicitaciones, ya estás crecidito. Y eso justamente me lleva a…

Un adulto no se toma las cosas empresariales como personales. Sí, queremos que amen la empresa. Queremos que la defiendan. Queremos que sean apasionados y sientan como el derrotero empresarial se confunda con el personal. Pero no queremos el drama innecesario de las reacciones sobredimensionadas cuando una meta no se alcanza, o cuando se recibe un llamado de atención, o se toma una decisión con la cual no se está de acuerdo. Aquí la vieja frase de El Padrino «no es personal, son negocios» es relevante. No tanto como para dejarle un caballo muerto debajo de las sábanas (perdón si le arruino la película a alguien), pero sí como para evitar sobreactuarse ante una adversidad empresarial. Los directivos les encantan las soluciones, no el drama.

Una persona madura es capaz de negociar bien sus incentivos. Negociar un aumento es un dolor de cabeza espantoso, y la anticipación a la reunión en donde se hará la solicitud (o el «enviar» al correo de pedido) seguro ha infartado a más de uno. Un tip: los adultos hacen planes. Deje los pañales en la casa y enfréntese a su jefe con un plan claro en el cual, basado en su trabajo y su rendimiento, la empresa gane más. «Probemos dos meses con un bono extraordinario por este plan que le traigo, y si lo cumplo, me lo deja permanente». Con este discurso me llegó un empleado hace poco y quedé atónito. A mis ojos tenía como 12 años, pero negoció mejor que un cincuentón. Bárbaro.

La adultez en la empresa también se ve reflejada en otros aspectos, que la falta de espacio me impiden profundizar. Por ejemplo, la generosidad, la tolerancia, la facilidad para asumir culpas y responsabilidades son algunas de ellas, pero creo que la idea está clara: si queremos crecer, primero debemos crecer.