Ni es amor. Ni porque se nombre mil veces, y con mil sudores va a serlo. No será cultivado, rellenado ni explotado porque no es amor, es una pintura de amor.
Ni es arrepentimiento, por más llanto que haya. Porque parecen lágrimas y parecen lamentos, pero tampoco. Si existieran, habría un charco.
Volver, jamás, así se añore. La nostalgia es un engaño, porque para volver ahí tendría que existir amor y arrepentimiento.
Pero no hay pintura ni hay charco.
Notas:
Este fragmento de diálogo (de un texto más largo en construcción) no es romántico, como la ausencia de contexto sugiere. Un hombre ha jurado ayudar a su patria, y no lo hace. Lo canta, lo grita, lo vocifera, pero no lo hace. Una cosa es lo que la gente dice, otra lo que la gente hace. Y encuentra en la pipa y en el amor/desamor la forma de ilustrar su apatía.
Magritte se quejaba de la reacción de la gente a su pintura… «La famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera escrito en el cuadro «Esto es una pipa», habría estado mintiendo!»
Cuenta Galeano en su Amares que en una celebración de treinta años de matrimonio un grupo de amigos jugaba a adivinar quién lleva más años muerto. Los anfitriones decían que veinticinco, a carcajadas.
También cuenta que otra pareja fue a conocerse al hipódromo y terminaron arruinados, aunque triunfadores. Contaba ella: «me muero de ganas de salir a la calle, tocar la trompeta, abrazar a la gente, gritar que lo quiero y que nacer es una suerte».
No, nena. Nacer es una muerte.
Nota: el cuento es «Marzo de 1976, Buenos Aires: Las negruras y los soles», del uruguayo Eduardo Galeano.
La vieja aporía zen se pregunta «si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?».
Si un amor estalla en mil pedazos, como un Big Bang que ilumina y contamina, y no hay un poeta cerca para narrarlo, ¿hace alguna luz?
Si un gran dolor, «como de madre de un hijo ciego», se acaba sin que un héroe lo aplaste, ¿existe el heroísmo?
«El humano necesita narrar y salvar, es su función primordial», decía Talavera en una entrevista a un impertinente uruguayo. «Si no lo busca y no lo hace, no vale ni lo que el musgo en la corteza de un árbol que nadie oye caer».
Nota:
«Para resolver un kōan el novicio debe desligarse del pensamiento racional para así entrar en un sentido racional más elevado y así aumentar su nivel de conciencia para intuir lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de las palabras.»
La referencia a la «madre de un hijo ciego» corresponde a un poema/canción de Silvio Rodríguez…
Ya no te espero Porque de esperarte hay odio En un noche de novios En los hábitos del cielo En madre de un hijo ciego Ya soy ángel del demonio
Rahid nació en Comilla cinco años antes de que sus padres se conocieran. A los ocho, su profesor de música lo llevó al conservatorio para que hicieran el diagnóstico: Rahid sufría del don del oído absoluto.
Con unos pocos años de entrenamiento fue capaz de darle nombre de tono musical a cualquier cosa audible: su padre le hablaba en Mi, el teléfono sonaba en Fa sostenido y su hermano recién nacido lloraba en una extraña séptima de Si.
Sabía exactamente en qué momento la comida estaba lista por el sonido del aceite sofreído en Re e identificaba a su gato por el ronroneo en Sol menor.
No pudo estudiar formalmente la música: todos los instrumentos le sonaban desafinados y solo podía limpiar sus oídos con el Wiegenlied de Brahms o haciendo resonar el Mi de su diapasón.
Murió un par de años antes de que su hijo naciera. Lo llamaron también Rahid, nombre que al pronunciarse con amor resuena en un La perfecto.
Notas:
El oído absoluto me genera mucha curiosidad. Lo tuvo Mozart y muchos grandes músicos (aunque hay correlación con el talento, no hay causalidad: alguien con oído absoluto puede no desarrollar talento y gusto para la música, así como alguien con gran capacidad pulmonar no le guste nadar).
El protagonista nace en Comilla (Bangladesh), donde también nació Ali Akbar Khan. Este músico clásico hindú afinaba a una frecuencia de 268.8 (en la mitad del camino del Do al semitono posterior).
La Wiegenlied de Brahms es un caso maravilloso: ¿cómo una canción de cuna que enlaza a dos seres humanos (madre e hijo) de una forma tan automática y perdurable?
No, el protagonista no era adoptado. Hay algo de taumaturgia en la forma en que el cosmos lo replicaba. Este motivo lo desarrollaré en otros cuentos.
La actriz madura, de cabello negro y vestidos blancos sale al escenario para la segunda escena.
La narradora tras bastidores inicia: «Recordemos que en la alta edad media la mayoría de personas habían perdido la mitad de su dentadura al llegar a la adultez. Maquilladores, por favor… «.
Una pequeña sonrisa colectiva se le escapó al público mientras maquillaban a la mujer en vivo, frente a la audiencia. La voz continuó…
«La parálisis histérica, o fibromialgia como la conocemos ahora, era también común. Con el dolor muscular venía la inevitable coagulación de los vasos sanguíneos, generando un aspecto… desagradable».
La actriz, hace unos segundos blanca y magnífica, ahora lucía como una encorvada y tambaleante anciana mientras le añadían unas cuantas verrugas en el rostro.
«El frío era intenso…»
Las risas ya habían desaparecido cuando los de la guardarropía la cubrieron con un desgastado manto negro y le dieron a guisa de báculo una escoba de utilería para que se sostuviera.
«No sería raro que tuviera bisnietos a esa edad y que ya hubiera visto morir a mucha de su decendencia. Los que quedaban se salvaban por los profundos conocimientos sanadores herbóricos de la mujer».
Un tramoyista que extraordinariamente fungía de utilero empujaba con torpeza una inmensa olla negra humeante.
Un pequeño gesto de sorpresa colectivo se le escapó al público cuando quedó claro que se había personificado la deconstrucción de la brujería; y otro gesto de horror cuando se evidenció que la actriz que encarnaba a la nigromántica había hecho en la escena anterior el papel de la Virgen María.
«Una mujer es todas las mujeres», finalizó la narradora.
«Dios, lo que le hacemos a las mujeres», es una frase de Josiah Bartlet, personaje de Aaron Sorkin, y que resume la frustración de lo que culturalmente hemos hecho de la sabiduría y el albedrío femenino: sistemáticamente los zaherimos en brujería o prostitución (como si alguna fuera mala). Ni nuestras madres han merecido respeto.
En este #microcuento una mujer encarna las antípodas.
Bioy Casares denunció que había pueblos en donde aterraba la idea del daguerrotipo –forma primordial de la fotografía– porque la transferencia de la imagen suponía la transferencia del alma.
Tenían razón en el concepto, pero no en la medida: se pudo comprobar que era la cantidad de reproducciones de la imagen lo que hacía que el cuerpo original se vaciara con mayor o menor intensidad cuando se le reproducía en una imagen.
El Cristo Muerto fue el primero en ser vaciado de su alma por culpa de Messina. Lo sintieron también la esposa del Giocondo debido a Leonardo, y la Maja duquesa del Alba por culpa de Goya.
En tiempos posteriores fueron los bufones del reino (ahora llamados «celebridades») quienes perdieron el alma cuando sus fotografías empezaron a rodar por las revistas impresas del mundo entero.
Los políticos, que de alma ya poco tenían, al ser reproducidos en periódicos y noticiarios aprovecharon el vacío que quedaba en su pecho para llenarlo de ignominia y vulgaridad.
Con la irrupción digital la transferencia del alma a la imagen se consumó.
Ahora, cascarones de seres humanos van por ahí, documentando con selfies sus vidas vacías.
A Pacca se le arrimaban los perros de la calle con la cola batiente y feliz. Le acompañaban a donde fuera, le esperaban afuera de su universidad, caminaban con ella hasta su casa.
A Tabai siempre le daban más de lo que pedía. Los restaurantes llenaban más sus platos, en los bancos la gente le ofrecía un puesto adelantado en la silla, y en las fiestas desconocidos ebrios lo abrazaban y besaban en las mejillas.
Amalia fritaba empanadas en el frente de su casa para ayudar a la economía familiar, pero de un momento a otro su negocio floreció y tuvo que ampliarse al garaje. «Ella es acogedora, aquí me siento en casa», era el comentario más recurrente de sus clientes.
Pacca, Tabai y Amalia tenían en común que compraban ropa usada en donde Jabali, quien, como era operario de una funeraria, tomaba las prendas de los muertos que iba a ser incinerados para venderlas.
Pero Jabali solo tomaba ropa de gente buena, sin saber que así permeaba de bondad a sus desprevenidos clientes.
Tiene razón, señora, soy muy joven para tener tanta fortuna.
¿Qué haré con ella? Francamente no tengo idea.
Al principio, me consumí en el frenesí orgiástico de los placeres, como cualquier ser humano que no esté en sus cabales lo hubiera hecho: sexo, drogas y alcohol me han acompañado estos meses. Ya no tanto las drogas, porque descubrí que su factura en mi cuerpo era mas costosa de lo que mi recién adquirido dinero podía pagar: las resacas eran morales y la depresión me podía matar, lo cual era un desperdicio horroroso de tantos millones en mi cuenta. Pero sexo y alcohol sí. Y mucho.
Aunque en mis ratos de sobriedad logro vislumbrar que aún soy ignorante, mi cerebro no está listo para comprender todo lo que implica tanto poder. Porque ese fue el primer descubrimiento: el dinero me daba poder, y no solo para mandar o solicitar lo que se me antojara, sino para ganar respeto. A nadie aquí le importa que apenas haya terminado el bachillerato, y nadie preguntó por mi formación en apreciación del arte cuando me llevé ese gran telar de Miró para decorar el patio posterior de mi casa en las baleares, y nadie cuestionó mis razones para hacer esa donación a la Fundación de Carniege con la cual ganaré acceso eterno a su sala de conciertos. Solo el dinero. El dinero me dio poder. Porque ahí, en esos salones de cocktails, había dinastías que contaban con la mitad de mi chequera, y me miraban con respeto.
Respeto, imagínese usted.
Soy ignorante y mi cerebro no entiende mucho todo lo que está sucediendo a mi alrededor, pero tengo la certeza de que están sacando provecho de mí, más del que se debería, teniendo en mi cuenta mi origen humilde y los rimbombantes estudios de mis asesores.
Pero no me importa. ¿Sabe por qué?
Por una droga de la cual he escuchado. No le hablo de las consumibles, señora, las que mi cuerpo no pudo recibir. En este mundo en el que ahora habito hay una droga que es peor, y a esa me da miedo sucumbir, porque en estos cortos meses he visto a muchos consumirse en ella.
Es la corrupción.
Se les ve en la cara, en sus ojos inyectados en las noches de reuniones sociales; los síntomas son clarísimos para mí, pero debe ser porque soy recién llegado: la boca pastosa, una mueca recurrente en la comisura de los labios, risas frenéticas que interrumpen el sonido de las bandas de salón… esa droga es la que consumen todos alrededor mío, y quiero conocerla, quiero saber de ella, quiero saber si debo tenerle miedo.
Tengo algunas reservas porque fui criado con otros valores, pero si eso no le importa a nadie, por qué a mí. Sospecho que debe ser más poderosa que muchas de las que he probado este tiempo, así que voy preparado.
Ya tengo el dinero, y unos escrúpulos inexistentes: creo que ya estoy preparado para la corrupción.
En el salón la música se interrumpió cuando se escucharon dos gritos de horror. Se veía a un hombre salir apresurado.
Jackes, el dueño, salió de la barra y se apresuró a la mesa en la que una mujer de rodillas en el suelo vomitaba y otra miraba aterrada, sin moverse, desde el otro lado de la mesa cuadrada.
–¿Qué les dijo? ¿Qué les hizo? -preguntó.
La mujer de rodillas, aun con arcadas, le señaló un pañuelo que estaba encima de la mesa. Aún con olor a trementina y aceite de óleo, contenía una oreja.
Jackes decidió conservarlo. Esa noche, sumergió el contenido del pañuelo en un líquido ámbar.
Gracias a esto, muchos años después, un artista renació.
El del corte en el pulgar se preguntaba qué mecanismo biológico haría que las líneas digitales separadas restablezcan los caminos y se reconformen las huellas.
Hacinados, todos los hombres dormían, desesperaban, defecaban, lloraban por libertad y morían de hambre e infección en esa celda diminuta.
El del corte en el pulgar fue apresado por robar dos kilos de carne. Seguramente moriría ahí, mucho antes de que algún juez se enterara de su existencia.
«Si alguien roba comida y después da la vida, ¿qué hacer? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?», se preguntaba el poeta.
«La justicia extrema es extrema injuria. Fabricamos ladrones para luego matarlos», afirmaba el pensador.
El corte en el pulgar se lo había hecho mientras rayaba esas líneas en la pared. Él era todos los hombres: quien lloraba, quien gemía, quien moría y quien rogaba libertad.
Un par de días después el hambre mató al poeta y la infección al pensador. Las huellas desaparecieron.
– Arrepiéntete y confiesa aquí con humildad tus faltas, hijo –dijo el capellán, reconociendo la voz del viejo alcalde del pueblo.
Fue una confesión larga.
Cuando por fin dijo el «vete en paz» se dirigió a su sobria habitación para quitarse de encima la casulla y la estola de color rojo pentecostal. Sentado, se quedó mirando a la pared con un gesto de angustia propia y vergüenza ajena.
– ¿Otra vez vino a confesar sus fechorías políticas en época electoral? –preguntó el joven asistente desde la puerta.
– Otra vez. Y Dios lo perdonó. Otra vez.
El joven ya sabía lo que debía hacer. Cerró la puerta del cuarto, le desamarró el cíngulo que aún colgaba de su cadera y le levantó el alba hasta la desnudez, para aliviarlo un poco del desasosiego que le impedía seguir con su obra de salvación.
Las ilustraciones fueron hechas exclusivamente para este libro por el gran Rafael Andueza, quien generosamente imprimió en él su hermoso trazo y estremecedora sensibilidad. Estoy feliz de contar con él como ilustrador.
Los cuentos fueron editados, recontraeditados, volteados al revés y al derecho y celosamente revisados por la maravillosa escritora Juliana Muñoz Toro, quien también generosamente fungió como editora, dejando unos minutos de lado la escritura de una de sus novelas.
En esta edición los cuentos van sin las notas históricas, que permanecerán en este blog. Si hay algún cuento que sienta que debe tener algo más, seguramente lo tiene: entre a mi blog y búsquelo por su nombre. Seguramente habrá una historia mayor aquí.
La versión impresa estará disponible para su distribución dentro de poco. Paciencia, porfa.
Y este año saldrá otra publicación… mil gracias por llegar hasta aquí.
No imaginas cuánto te extraño, pero lo feliz que me hace saber que estás lejos de este lugar. Tengo hambre, y ahora que llega el otoño, me preparo para tener mucho frío.
Mis heridas no han sanado a pesar de las curaciones de barro y sal que me hace mi compañera de celda. No sabe francés, lo cual hace un poco difícil la comunicación, pero ya hemos logrado hacer nuestra parte de la función sin que se note.
El Conde abre todas las mañanas el zoológico de gente, y disciplinadamente hacemos nuestro papel: vestidas como nativas africanas, bailamos y danzamos dentro de nuestra jaula para hacer las delicias del público.
Tengo hambre.
Ayer, en medio de una de las danzas, perdí una parte del atuendo y un niño gritó horrorizado al ver las heridas putrefactas en mis piernas. El castigo fue dejarme sin comida, quién sabe hasta cuando.
Mi hijo amado, mi Aibu, mi pequeño gigante: cómo te extraño.
Recibí tu nota, y te contesto: no te quedan dos, sino tres. El Conde mencionó a otro involucrado en el complot contra el rey. Tengo su nombre grabado, y sé que es el tercero.
Tengo hambre, me duelen mis heridas, y no sé si estaré para cuando llegues, pero solo saber que estás vivo y consumando el plan me hace tener ganas de vivir. »
Todo esto quería decirle Kubakwa en su carta de respuesta, pero como no sabía escribir ni su compañera de celda sabía suficiente francés, lo único que le pudo responder fue:
“despegarnos del adhesivo social que viene con la queja genera una inercia hacia arriba”Tweet This
“los aparatos de difusión digital privilegian a quien sabe comunicar, no a quien tiene la razón”Tweet This
Quienes nos están liderando actualmente son los que saben quejarse más duro, no quienes tienen las soluciones. Esto, aunque es una constante histórica, en una época de redes sociales en donde las hormigas tienen megáfonos, es peligroso: seguimos a los twitteros más polémicos, pensamos como los columnistas más cáusticos y elegimos a los políticos que más insultan. El liderazgo de la queja es un problema más grande dada la complejidad creciente a la que nos enfrentamos, en donde las soluciones son de una escala que solo pueden bien administradas por especialistas. Justo lo que no estamos haciendo.
Hay una escena en «Volcano» (1997, con Tommy Lee Jones) en donde la doctora Amy Barnes, geóloga experta, salva a un montón de personas asustadas en una calle de Los Angeles (aquí está la escena en el mejor formato que pude conseguir). Hay bolas de magma saliendo disparadas de la tierra y aterrizando en los transeúntes después de volar varios segundos por los cielos. Cuando una explosión anunciaba una bola de fuego de estas, las personas salían corriendo despavoridas. Y aquí entra una líder de verdad: tan pronto suena una de esas explosiones, grita a todos que se queden quietos, que observen la trayectoria de la roca hirviente y que solo cuando sepan a dónde caerá, correr. Tenía el conocimiento, supo cuándo aplicarlo y salvó vidas.
El liderazgo que la conectividad forja fundamenta su valor más en el presagio que en la acción
Por ello, no es raro que cuando un quejoso profesional adquiera poder, no sepa qué hacer con él. No es suficiente con saber que la roca hirviente caerá: es importante advertir dónde y qué hacer.
Protestar y detectar anomalías en los sistemas es uno de los ingredientes del puré que hace líder a un líder, sumado a la capacidad de conectar, distribuir la información e inspirar. Pero como vivir quince años en una cueva no hace geólogo a nadie, las redes que hemos construido privilegian a quien dice serlo y tiene la capacidad de verbalizar molestias:los aparatos de difusión digital privilegian a quien sabe comunicar, no a quien tiene la razón, lo que puede resultar siendo tan dañino como las causas que generaron la indignación que le dio génesis.
Es un liderazgo patógeno: una vez se instala en un huésped, lo daña
Cuando el seguidor empieza a pensar que su problema son los demás, que es el entorno el que está en deuda con él y que la protesta en sí misma es movimiento, no un considerando de la acción, el mérito del descubrimiento de las causas se pierde. Quien detenta esta jefatura termina consumido por la indignación de quienes le siguieron, confirmando la paradoja de la serpiente que se alimenta por semanas de su misma cola, en tanto que crea nuevas reglas en el camino y cimenta su liderazgo en más molestias que su empática personalidad le permitirá prever y acaudillar, como un nuevo Moisés, el mismo que en el Éxodo de la Biblia lidera al pueblo hebreo durante 40 años para llevarlo desde Egipto a la Tierra Prometida, camino que Google Maps dice que se hace en menos de una semana a pié. Las escrituras abrahámicas anuncian así el advenimiento de un liderazgo que vuelve más lento el progreso.
Entonces, ¿a quién seguir?
Para no caer en el contrasentido de quejarnos de quienes se quejan, es importante retomar la posta de quienes hacen.
Revisar con espíritu crítico nuestra inclinación a seguir a este tipo de dirigentes, y analizar, si vamos a decidir seguir a alguien, si cuentan con características mínimas como un inventario de logros, pasión por conectar gente, ganas de elevar el nivel de la conversación, y capacidad de transmitir entusiasmo por la curiosidad y las buenas ideas. En general, una mezcla decente de los rasgos del temperamento hipocrático (algo de colérico, más de flemático, mucho de sanguíneo y necesariamente una pizca de melancólico).
Parece mucho pero no lo es. Lo anterior no es más que la exaltación del espíritu humano, no un decálogo para la perfección, algo que podemos y debemos pedir de quienes decidimos depositar la confianza de nuestro juicio. Como quien logra despegar su mano de una superficie con goma, despegarnos del adhesivo social que viene con la queja genera una inercia hacia arriba, así como despegarnos de un liderazgo pernicioso nos hará más rápido el progreso.
Gritar la salida de lava hirviente de la tierra no es suficiente: hay que indicar el camino. Es lo mínimo que debemos esperar.
En resumen: dado el alto volumen de información que publicamos a diario, no podemos difundirlo sin saturar las redes sociales. Esto nos preocupó durante mucho tiempo, hasta que vimos que el algoritmo que prioriza la información de Facebook hace un trabajo más que decente en entregarle a los usuarios la información en los horarios en que realmente leen nuestro tipo de contenido (y es comprensible, dado que la lecturabilidad es el negocio de ellos y el nuestro).
Además, también cuento un truco que usamos para generar más interacciones con nuestros posts en horas que no lo estamos atendiendo…
En Actualícese re-lanzamos nuestro perfil en Instagram con una idea en mente: dado que es una red en donde lo superfluo se une con lo profundo –en el timeline podemos ver combinadas selfies, fotos de paisajes evocadores y frases de Kant– decidimos darle a nuestros usuarios una forma distinta de actualizarse.
Aquí el orden era lo primordial para darle uniformidad a nuestras historias. Pero esta estrategia solo funciona si hay constancia. Y eso es lo que tenemos en Actualícese, así que así vamos…
(Este es un hilo que inicié en Twitter explicándolo):
A Aibu le llaman «el carnicero de los hugonotes». Nadie sabe a ciencia cierta de dónde proviene, ni de qué forma consiguió la libertad. Es un negro inmenso, implacable y mudo.
Los soldados de la casa francesa de los Valois rumorean sobre su origen, narrando historias del hijo de un gran noble africano que vengaba la muerte de su familia; otras describían a un bebé salvado de las aguas que había crecido como esclavo, hasta que se comió vivos a sus amos; también decían que su madre lo rescató a sus seis años de una playa en donde vivía como animal, y quien lo había enviado a Francia a pelear contra los Montmorency.
Cada leyenda tiene una parte de verdad. Pocas veces se ve un esclavo luchando con tanta decisión. Aibu se ensaña, no tienen piedad, y dicen que le han visto comer entrañas de muerto francés.
Hoy mató a catorce soldados y al condestable de Châtillon, el célebre socio de la casa Lapérouse. Por esto último, le permitieron escoger entre una cena o un mensaje a su casa.
El conflicto que pelea el protagonista está ambientado en las guerras de religión en Europa en el siglo XVI. En ella se usaron esclavos, quienes eran reconocidos por su nula capacidad de lucha: preferían dejarse matar que seguir cautivos.
La ilustración es mía («Kubakwa recibe carta de su hijo») en lápiz.
Delu, la asistente de producción, está enamorada de la prima ballerina de la Compañía de Danza.
Cuando le ajusta las zapatillas de media punta a Akake, se encarga de que las dos cintas de tela se envuelvan bien alrededor del tobillo. Lo hace cuidadosamente en direcciones opuestas, superponiendo una cinta frente a la otra para formar una cruz. Mientras esto se surte, Akake, la bailarina, discute con un pequeño libro blanco en su mano.
–Entonces la traducción estaba mal. El Principito no había domesticado al zorro.
–Es que en el cuento apprivoiser no es domesticar– contesta Delu. –Es cautivar con cariño, hacer de otro tu casa.
Delu pasa una almohadilla de algodón para corregir los excesos de maquillaje, acomoda los cabellos rebeldes y estira un poco el balanchine. Quedan pocos segundos para iniciar. Akake se queda mirando fijamente a Delu:
–Te tengo domesticada–, dice la bailarina con una expresión juguetona.
–Esa no es la palabra, tonta. Y sí, je suis apprivoisée. –contesta Delu sonriendo y dándole un último apretón a la cinta alrededor de la cintura de Akake.
Las notas de Tchaikovski suenan al fondo.
Akake, la prima ballerina, sale al escenario a perseguir a su corazón, que ya estaba bailando con Delu.
Notas:
La ilustración es un boceto mío en acuarela, 210x148mm. Sí, hay algo con la proporción, pero mi novatez aún necesita maduración. 😉
La traducción al español de «domesticar» en El Principito ha sido una bella polémica. El verbo usado por el autor y que le da título a este cuento fue traducido en forma literal al español, pero muchos dicen que la acepción de Antoine de Saint-Exupéry supone una relación mucho más profunda entre el zorro y el Principito.
En este lugar pongo mis notas: ideas de negocio, pensamientos en borrador, pedazos de ensayos, citas a trabajos de otros y pequeños relatos (publicados y sin publicar).
Si le gusta un cuento, por favor cuénteme por algunared social; o si alguna idea de negocios le produce dinero, me debe un café. En eso soy irreductible.
19 May 2019
Esta no es una pipa
Ni es amor. Ni porque se nombre mil veces, y con mil sudores va a serlo. No será cultivado, rellenado ni explotado porque no es amor, es una pintura de amor.
Ni es arrepentimiento, por más llanto que haya. Porque parecen lágrimas y parecen lamentos, pero tampoco. Si existieran, habría un charco.
Volver, jamás, así se añore. La nostalgia es un engaño, porque para volver ahí tendría que existir amor y arrepentimiento.
Pero no hay pintura ni hay charco.
Notas:
«La famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera escrito en el cuadro «Esto es una pipa», habría estado mintiendo!»