Leyendo a Ambrose Bierce, encontré este pequeño insulto en forma de definición…
Incompatible, adj. Incapaz de existir en presencia de otra cosa. Dos cosas son incompatibles cuando el mundo del ser tiene espacio suficiente para una, pero no para las dos: por ejemplo, la poesía de Walt Whitman y la misericordia de Dios con el hombre.
Bierce, Ambrose. Diccionario del Diablo (Spanish Edition) (p. 56).
En ella estaba “Una Mujer Me Espera”, como debería ser en cualquier compilación suya.
Pero algo estaba mal.
“¡Oh, conseguiré magníficas razas de niños todavía!”, decía después de hablar del sexo de los hombres y de las mujeres, en el segundo párrafo.
Eso no sonaba a Whitman. Hay algo de la musicalidad que se perdía al llegar a esa frase… había algo raro ahí.
«La traducción», pensé.
Celular, Google y un rato después ratifiqué que no era ni siquiera un error de traducción: al editor se le había colado una frase. Y esa frase solo la pudo incrustar un traductor, a quien imagino sonriente, pensando “corregí a Whitman, y nadie nunca lo sabrá”.
Y bueno, así será. Por lo menos por mi parte.
Compré el libro para que a un cliente desprevenido no le tocara esa edición, pero decidí no publicitar mi hallazgo ni el nombre de la editorial. Me parece divertido que alguien haya jugado con eso.
De hecho, descubrí que tengo debilidad por las pequeñas pilatunas editoriales.
En este lugar pongo mis notas: ideas de negocio, pensamientos en borrador, pedazos de ensayos, citas a trabajos de otros y pequeños relatos (publicados y sin publicar).
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12 Sep 2022
Pilatunas editoriales
Leyendo a Ambrose Bierce, encontré este pequeño insulto en forma de definición…
Y recordé esto que pasó un enero, cuando en @elpatiodelmuseo ojeaba una compilación de Walt Whitman.
En ella estaba “Una Mujer Me Espera”, como debería ser en cualquier compilación suya.
Pero algo estaba mal.
“¡Oh, conseguiré magníficas razas de niños todavía!”, decía después de hablar del sexo de los hombres y de las mujeres, en el segundo párrafo.
Eso no sonaba a Whitman. Hay algo de la musicalidad que se perdía al llegar a esa frase… había algo raro ahí.
«La traducción», pensé.
Celular, Google y un rato después ratifiqué que no era ni siquiera un error de traducción: al editor se le había colado una frase. Y esa frase solo la pudo incrustar un traductor, a quien imagino sonriente, pensando “corregí a Whitman, y nadie nunca lo sabrá”.
Y bueno, así será. Por lo menos por mi parte.
Compré el libro para que a un cliente desprevenido no le tocara esa edición, pero decidí no publicitar mi hallazgo ni el nombre de la editorial. Me parece divertido que alguien haya jugado con eso.
De hecho, descubrí que tengo debilidad por las pequeñas pilatunas editoriales.
A propósito, las traducciones son una vieja obsesión.
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