Primos gemelos

(3, 5), (5, 7), (11, 13), (17, 19)…

Vladimir no dejaba de mirar la pantalla… ¿por qué no lo había visto antes?

«Yo tenía cinco y ella tres, según esas fotos de mi papá. Hay otra foto dos años después. A los trece volví a encontrarla… y ella tenía once. Fuimos novios a mis diecinueve, teniendo ella diecisiete»…

El patrón era obvio para él, graduado en matemática aplicada. Simplemente que de ser tan evidente, la coincidencia escapaba a toda lógica: él y Fabiana no solo eran primos. Eran primos gemelos.

Rebrujó en Wikipedia la teoría de Stäckel: los primos son los que solo pueden dividirse por sí mismos. Y los primos gemelos son los que están juntos unos a otros, por una diferencia de dos, y entre más altos, más difícil encontrarlos.

Volvió a mirar a la pantalla:

(17, 19), (29, 31), (41, 43), (59, 61), (71, 73).

¿Se volvería a encontrar con ella a los treinta y un años? ¿Y a los cuarenta y tres? ¿Qué pasaría después de los setenta y tres entonces?

Vladimir suspiró. Y esperó. Fabiana había muerto a los dieciocho, pero según la teoría de Stäckel sobre los primos gemelos, cuando volviera a verla ella tendría veintinueve.

“La matemática no falla”, sollozó esperanzado.