Simetría

Desde el principio de nuestra vida en sociedad hemos necesitado reglas claras que regulen la justicia, la retribución y la simetría de nuestras relaciones.

Hace 3.800 años, en Babilonia, se erigió un pedestal consignando la Ley del Talión:

«Ojo por ojo y diente por diente»

(Hammurabi; Éxodo, 21, 24)

Algunos siglos después esta dura regla fue suavizada un poco con la Regla de Plata:

«No trates a los demás como no quisieras que los demás te trataran a ti».

Hilel (Talmud, Shabbat 31a)

La Regla de Oro es su versión en positivo:

«Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así haced vosotros también con ellos»

(Mateo, 7, 12)

Hace un par de siglos llega el Imperativo Categórico:

«Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal»

Kant, 1785

Cuatro mil años de reglas, y aún necesitamos reglas. Aún necesitamos de un imperativo moral que nos defina la simetría.

La autarquía (la idea griega de rechazar el gobierno y gobernarse a uno mismo y a nadie más) aún se ve lejos.