Soldado de Nápoles que vas a la guerra; mi voz recordándote, cantando te espera. Cariño del alma, ven, que vas a probar la dicha de amar, oyendo los sones de mis canciones.
La tonada se escuchaba desde la ventana dejada abierta por el descuido de un adolescente, a quien su abuela servía cuatro dientes de ajo con pan a la par de un cocktail de vino rioja, Coñac Faro y Champán Lumen: «quien enferme de grippe es porque quiere: bebed de estos tres específicos de Bodegas Bilbaínas y os convencereís«, decía la publicidad.
–Abu, ¿no queda limón? El ajo me hace arder la boca.
–No, no queda. Está incomprable.
El limón costaba casi una peseta por kilo desde que la prensa anunció que el mal del Soldado de Nápoles –después dado a llamar influenza española–no sobrevivía en Ph ácido. La solución: limón bebido, infusionado y untado, ojalá con aguardiente.
Diez años después el muchacho se trasladó a Londres como ayudante de un reputado investigador. Y como quien guarda sus omisiones como idiosincracias, dejó otra vez la ventana abierta; por ese descuido, el investigador hizo un descubrimiento milagroso que le valió el Nobel de Medicina.
Mientras escuchaba los gritos emocionados en el laboratorio, el muchacho recordaba la última tonada de su abuela antes de morir…
Soldado de Nápoles me quiso mi suerte. La gloria romántica me lleva a la muerte. No digas tu cántico, que aviva mi pena; Si muero queriéndote, ¡que muerte tan buena!
Notas:
La Gripe Española, la pandemia de 1918, realmente no tuvo su origen allá: como se dio casi al final de la primera guerra mundial, los países en contienda no hacían eco de las noticias de ese mal asesino que terminaría matando a 50 millones de personas. El único país que lo evidenció fue España, que fue neutral en la guerra.
En 1918 se hizo muy popular la nueva zarzuela «La Canción del Olvido», que en su segundo acto tenía la pegajosa tonada «Soldado de Nápoles«. «Esa gripe es tan pegajosa como el Soldado de Nápoles», fue el decir que se insertó en la población que aún no veía venir semejante horror.
Los tiempos de este cuento empatan con el descubrimiento de la penicilina, en Londres, diez años después. La abuela salvó al nieto, el nieto salvó a millones.
En este lugar pongo mis notas: ideas de negocio, pensamientos en borrador, pedazos de ensayos, citas a trabajos de otros y pequeños relatos (publicados y sin publicar).
Si le gusta un cuento, por favor cuénteme por algunared social; o si alguna idea de negocios le produce dinero, me debe un café. En eso soy irreductible.
10 Abr 2020
Soldado de Nápoles
Soldado de Nápoles
que vas a la guerra;
mi voz recordándote,
cantando te espera.
Cariño del alma, ven,
que vas a probar
la dicha de amar,
oyendo los sones
de mis canciones.
La tonada se escuchaba desde la ventana dejada abierta por el descuido de un adolescente, a quien su abuela servía cuatro dientes de ajo con pan a la par de un cocktail de vino rioja, Coñac Faro y Champán Lumen: «quien enferme de grippe es porque quiere: bebed de estos tres específicos de Bodegas Bilbaínas y os convencereís«, decía la publicidad.
–Abu, ¿no queda limón? El ajo me hace arder la boca.
–No, no queda. Está incomprable.
El limón costaba casi una peseta por kilo desde que la prensa anunció que el mal del Soldado de Nápoles –después dado a llamar influenza española–no sobrevivía en Ph ácido. La solución: limón bebido, infusionado y untado, ojalá con aguardiente.
Diez años después el muchacho se trasladó a Londres como ayudante de un reputado investigador. Y como quien guarda sus omisiones como idiosincracias, dejó otra vez la ventana abierta; por ese descuido, el investigador hizo un descubrimiento milagroso que le valió el Nobel de Medicina.
Mientras escuchaba los gritos emocionados en el laboratorio, el muchacho recordaba la última tonada de su abuela antes de morir…
Soldado de Nápoles
me quiso mi suerte.
La gloria romántica
me lleva a la muerte.
No digas tu cántico,
que aviva mi pena;
Si muero queriéndote,
¡que muerte tan buena!
Notas:
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