“La intuición sirve mucho más cuando hay información”
“muchos tenemos una opinión sobre temas complejos sin haber analizado dos minutos su real profundidad”
Tenemos opiniones para todo, y todo el día la pasamos opinando sobre lo divino y lo humano: sobre religión, política, farándula, música, economía y un largo etcétera. Y aunque con eso saciamos a ese pequeño tirano que muchos tenemos dentro,
un tirano que busca que todos los demás piensen como nosotros (y en caso contrario a nuestro ególatra interior que busca llamar la atención yendo en contra del mundo),
hay algo que tienen en común muchas de esas opiniones: o son copiadas o no han tenido ni dos minutos de reflexión. Y como con las opiniones, los que nos metemos en el cuento de los negocios sufrimos de lo mismo: vamos tomando decisiones basados en percepciones y opiniones de otros.
Un ejemplo… ¿es la devaluación buena o mala?
Hace unos días escuché a un amigo criticar al gobierno actual por la subida en el precio del dólar, y alabar al gobierno anterior por haberlo mantenido bajo. Su tesis era que devaluar era símbolo de debilidad económica. «Interesante, pero debatible», pensé parodiando a un divertido personaje de la televisión (que ni me pregunten quien es porque no recuerdo)… al fin y al cabo, si sube el dólar sufren los importadores, pero ganan los exportadores, el turismo y la producción nacional (que reemplaza lo que se deja de importar); y si baja el dólar veremos muchos productos importados baratos(sale más barato pedir por Amazon que a Televentas), habrá más cacaos vacacionando en Miami, la industria nacional se ve urgida a innovar para sobrevivir y se incrementa el consumo y con ello la rotación de efectivo. ¿Qué es mejor? ¿La devaluación o la revaluación?. Les ruego me perdonen la simplificación tan canalla de un tema tan extenso, pero ese justamente es mi punto: muchos tenemos una opinión sobre temas complejos sin haber analizado dos minutos su real profundidad. Y deberíamos.
En la empresa de hoy basarse únicamente en percepciones y opiniones para tomar decisiones es un peligro. La intuición sirve mucho más cuando hay información; por ello es vital evitar guiarnos por percepciones del tipo «es que a nadie le gustó el producto» o «todos creen que ese servicio debe cambiar».
Adiós a las generalizaciones
De hecho, y es una regla en mi empresa, es necesario eliminar los absolutismos en la información recogida para la toma de decisiones: «a todos», «a nadie», «todo el mundo dice» y expresiones de este tipo deberían quedar por fuera de cualquier sesión de ideas. La respuesta directa es «¿A cuántos exactamente no les gustó?», «¿Qué porcentaje del público recibió bien el producto?», «¿Cuánto se vendió en proporción a quienes recibieron información del servicio?»… esas son preguntas que abandonan el terreno de la especulación y la percepción y nos dan terreno firme para decidir.
Ahora, no se trata de irse al extremo y no usar nuestra visión y olfato para solo confiar en las cifras. Las cifras de la posible aceptación de una tableta eran muy bajas, lo cual le importó muy poco a Steve Jobs, quien terminó lanzando el iPad con un éxito monumental. Y yendo un poco más atrás, Ford (el pionero del automovilismo) dijo «si hubiera preguntado a la gente que quería, me hubieran dicho que caballos más rápidos«.
En resumen: al tomar decisiones, es preferible usar información que la intuición, la cual regularmente está sesgada por opiniones y percepciones, más que por datos.
25 Oct 2022
Neoliberalismo
No parecía una mala idea en 1938, cuando se planteó como hipótesis: las cosas se producirían en donde fuera más barato (por tener más a la mano la materia prima o mano de obra culturalmente mejor equipada) y fluirían a donde se necesitaran en paz, gracias a fronteras y comercios libres.
Para ello habría que bajar los aranceles, especializar la productividad de cada nación y permitir que el dinero circulara fácilmente.
Y bueno, que también todos estuviéramos de acuerdo.
Esa, como otras premisas del pensamiento neoliberal nos vinimos a dar cuenta de que no se cumplieron. A saber: que las cadenas de suministro serían resilientes (ante, digamos, una pandemia o una guerra); que la política haría que la sociedad local recibiera equitativamente el fruto de su esfuerzo; que los reguladores económicos globales ajustarían bien las perillas de la variación de mercados autoregulados; y que los estados actuarían eficazmente como válvula reguladora del estímulo a trabajadores, empresarios y consumidores.
Nada de eso pasó.
La globalización (fin último neoliberal) va para atrás. Comercialmente seguirá fluyendo, pero el choque cultural que produjo por la mala implementación será duro.
Es paradójico que el nacionalismo termine siendo el resultado de décadas de mala implementación de una hipótesis sobre un mundo globalizado que no parecía estar mal planteada, y que por premisas (y promesas) incumplidas nos devolvieran a los siglos del nacionalismo, las banderas y el populismo.