Un discurso improvisado

Ayer improvisé un breve discurso frente a 155 graduandos de un ciclo de capacitación tecnológica para jóvenes en situación de vulnerabilidad. Parquesoft lideró la iniciativa, la alcaldía de mi ciudad la financió, y Orlando Rincón, amigo generoso como siempre lo ha sido conmigo, me pidió que les diera unas palabras de testimonio de que en en la industria del software en esta ciudad se puede triunfar.

Pues me pasé como tres cuadras…

Esto dije, más o menos…

Fui de la primera camada de Parquesoft

Hace más de 20 años, con los sueños en tamaño embrión y una gigante ilusión, inicié mi vida empresarial. VIANet (así exigíamos que se escribiera) hacía Intranets para grandes grupos corporativos. Eran redes de comunicación y conocimiento interno centralizadas… como una página web corporativa pero para adentro de la organización.

La tecnología que desarrollamos era de avanzada. Programamos en Javascript hasta los límites de ese lenguaje, estiramos las especificaciones de las hojas de estilo y nos inventamos etiquetas HTML para hacer lo que queríamos y no se podía según los estándares. No nos quedó tecnología web-servidor por explorar.

VIANet se consumió en la lenta flama de mis incompetencias de la primera edad: más preocupado por el algoritmo que por las finanzas, muchos esfuerzos se fueron diluyendo y la contundencia de nuestro código sucumbió a los irrefutables estados de resultados y de situación financiera.

Mientras ese avión de papel caía (bueno, tampoco de papel: logró sustentar a más de 25 familias y darnos un estilo de vida de estrato 26 durante un buen periodo), creé un grupo consultor (MangaGroup, cómo me gustaba ese nombre), empresas de infraestructura IT (online1A, creo que llamé a una) y hasta distribuidoras de contenido digital. Efímeras, pero sirvieron a muchas personas para hacer cosas con sus productos.

Todas ellas me dejaron satisfacciones, algo de capital y un balance despiadado: sé más cómo no hacer cosas que cómo hacerlas.

Después de eso vinieron un par de empresas (Actualícese) y emprendimientos (desde IT para criptomonedas hasta restaurantes-museos), y esos no han caído después de décadas. Pero eso da para otro día.

Este era el contexto: un emprendedor de tecnología frente a un grupo de novatos recién graduándose.

Supongo que lo único que podía darles era un par de consejos. Se me fueron tres:

Primero: especialícense.

En una línea específica (frontend, backend, infraestructura, machine learning, etc), en un framework o en un lenguaje, lo que sea. La especialización da dinero en esta industria.

Pero siempre, como religión, revisar esa elección cada cierto tiempo. Yo lo hacía cada seis meses o cada año: me obligaba a cacharrear nuevos lenguajes, nuevos frameworks. Con ello, ratificaba mis elecciones o las cambiaba.

Segundo: resiliencia.

Que el mercado trate tan bien a la industria tecnológica no hace que no sea a veces cruel. Y hay que saber resistir los embates de la ocasional tiranía de clientes, stakeholders, empleados y gobierno.

Algunos podrán ser anticipados; algunos solucionados con dolorosas concesiones; pero la mayoría lo dejan a uno como sin aire, preguntando «¿y yo a qué hora me metí en esto».

La resiliencia es una habilidad adquirida; no se nace con ella. Necesita entrenamiento y una alta dosis de autoconsciencia: «sé que esto es una prueba, sé que algo trajo para aprender; saldré golpeado, pero saldré».

Tercero: emprender.

No todos nacen emprendedores, lo entiendo perfectamente. De hecho, ser empleado en la industria del software en el momento en que escribo esto es altamente rentable, y una elección de vida que genera mucha calidad de vida.

Pero el emprendimiento permite devolver al universo lo que nos da con generosidad y transformar las que nos enseña con crueldad.

Contemplar la posibilidad de generar empresa es algo que debe estar en la lista de chequeo de todos por el desarrollo personal que suscita, la satisfacción de ser motor de prosperidad para quienes nos rodean, y la inercia neuronal que también robustece el corazón, vuelve a los días cortos y acelera los vínculos.

«No saben en lo que se metieron, muchachos, pero no se van a arrepentir. Buen viaje.»