Vanidad de vanidades

Los gritos de euforia de la muchedumbre durante el triunfo romano que inflaban con fuerza el pecho del general victorioso eran aplacados por un esclavo que atrás del carruaje todo el tiempo le repetía al oído «hominem te memento» («recuerda que sólo eres un hombre»).

El arte intentó recordárnoslo a través de imágenes acerca de la vida, la muerte y el tiempo: la vacuidad de la vida y el seguro final de nuestros placeres mundanos, como fórmula para buscar la trascendencia.

La trascendencia a través de dos vías: la de las obras que construimos y duran más que nosotros; y la de los recuerdos que dejamos en los demás. Ambas como resultado del trabajo y dedicación; en las obras con la recopilación y aplicación del conocimiento; en las segundas, con la tolerancia, la compasión y la generosidad.

Eclesiastés nos decía «Vanitas vanitatum et omnia vanitas» («vanidad de vanidades, todo es vanidad»).

Seguramente no dejaremos de hacer las cosas por vanidad. Pero si vamos a ejercerla, hacer que trascienda es mejor a través de obras y recuerdos.