3 Ago 2017
La Navaja de Hanlon – ¿por qué atribuimos a la maldad lo que puede ser explicado por la incompetencia?
… o por la estupidez?
Este aforismo, común entre quienes vivimos en el mundo de la informática y la programación (mi pregrado fue en Ingeniería de Sistemas), sirve para advertir que regularmente lo que vemos como una acción malintencionada puede ser, más bien, una omisión humana (propia o de terceros).
«¡Me robaron el celular!» … (diez segundos después)… «¡ah, lo había dejado en casa!»
«¡Ese profesor me tiene tirria! ¿Cómo me califica mal si solo me equivoqué en un… 80%?»
«Ese abogado me odia…», «Mi jefe me carga bronca», etc., etc.
Ya creo que está clara la idea. Hasta aquí, el principio nos evidencia que sufrimos de una terrible incapacidad de diagnóstico. No saber qué anda mal es malo en el plano personal, pero terrible en el plano profesional, porque solo tiene un nombre: incompetencia.
Pero la Navaja de Hanlon tiene más que eso.
Pongo un ejemplo autocrítico en mi empresa (Actualícese): al caerse el portal, la primera respuesta que me daba era «nos están hackeando», cuando seguramente lo que sucedió fue que un pedazo de programación no lo diseñé para altos niveles de tráfico. Por esto, a menos que pueda comprobar con mil bitácoras de websites de China, la India y de Cafarnaún atacándonos, no me admito la maldad de terceros («·nos están hackeando») como primera respuesta, y siempre asumo la alternativa: que no supe diagnosticar bien el problema.
Pero aquí viene lo más profundo: en caso de que sea verdad que estamos siendo atacados por un chino que seguramente no tiene idea de que existo, ¿por qué no me preparé para repelerlo? ¿Por qué nuestro código no admite la posibilidad de un alto nivel de acceso o incluso de un ataque, existiendo tantos mecanismos?
Por esto creo que la Navaja de Hanlon evidencia dos niveles de incompetencia:
El primario, que es cuando somos incompetentes por no saber diagnosticar, y atribuimos a la malicia –tal como dice el postulado– lo que puede ser un error, sea nuestro o de terceros.
Y el secundario, cuando descubrimos que realmente estamos siendo víctimas de la maldad de otro, en el que la incompetencia queda clara porque no supimos preverlo.
No sé cuál es peor.
Nota: la imagen es de la maravillosa Jessica Hagy.
6 Ago 2017
Petricor, o del sonido de las palabras
Hay palabras cuya sonoridad no corresponde a la belleza de su significado. La que le da título a esta nota, justamente, es una de ellas…
A pesar de lo hermoso de su significado, fonéticamente petricor arruina el concepto. Lo mismo pasa con crepúsculo, que suena mal pero encierra un concepto precioso.
Pero hay otras que tienen la característica contraria: suenan muy bien, pero significan cosas terribles. Sin pensar en su significado, sino por «cómo suenan», me gustan estas palabras:
¿Y si intercambiamos las palabras que suenan mal y encierran un significado bonito por las que tienen la característica contraria?
Por ejemplo, por un segundo, intente borrar en su cerebro lo que entiende hoy por orzuelo, y cambiémola por el bello concepto de petricor. Saldría algo como…
O si re-significamos a orzuelo por algo como «sonido del corazón oprimiéndose», podríamos armar frases como…
¿Sería bonito hacer un diccionario así, no?