Los íconos siempre están bajo ataque. Sean famosas pinturas, monumentos de conquistadores o catedrales, y los perpetradores activistas, iconoclastas sin agenda, enemigos cruzados o la misma naturaleza.
Como una especie obsesionada por la eternidad, es obvio que la destrucción de los símbolos nos cause alboroto.
Pero se me hace más interesante ver la sucesión de eventos; ver arder una catedral, que se lance una lata de sopa a una pintura o que se derrumbe una estatua es tan fascinante como su misma creación.
La destrucción de los símbolos tiene un sabor metafísico digno de ser saboreado. El desmantelamiento de la capa material de las cosas con significado es escandaloso, pero tan hermoso a la vista como el fuego que lo consume, una llama, como todas, que existe para ser observada, que nos devuelve un clon de la aporía si un ícono se destruye y no hay nadie para verlo destruirse, ¿existió el ícono?
Cuando el ensueño humano de crear cosas para la eternidad se vuelve cenizas, sentimos que no ha sido el ícono el que ha estado bajo ataque sino la propia eternidad.
Nota: ya este ha sido un tópico que he abordado antes, cuando la Catedral de Notre Dame ardió por unas horas…
Que arda todo. Tengo debilidad por los finales devastadores y la tierra arrasada. Que arda todo para poder volver a empezar.
Que arda también esta debilidad por finales devastadores y tierra arrasada. Que arda todo para poder volver a empezar.
¿Qué mejor final para una obra de arte que terminar siendo consumida por la circunstancia, no la intolerancia? ¿Qué mejor final que termine en ceniza por el designio del azar, no por la corrupción humana?
En este lugar pongo mis notas: ideas de negocio, pensamientos en borrador, pedazos de ensayos, citas a trabajos de otros y pequeños relatos (publicados y sin publicar).
Si le gusta un cuento, por favor cuénteme por algunared social; o si alguna idea de negocios le produce dinero, me debe un café. En eso soy irreductible.
15 Oct 2022
Iconoclasia
Los íconos siempre están bajo ataque. Sean famosas pinturas, monumentos de conquistadores o catedrales, y los perpetradores activistas, iconoclastas sin agenda, enemigos cruzados o la misma naturaleza.
Como una especie obsesionada por la eternidad, es obvio que la destrucción de los símbolos nos cause alboroto.
Pero se me hace más interesante ver la sucesión de eventos; ver arder una catedral, que se lance una lata de sopa a una pintura o que se derrumbe una estatua es tan fascinante como su misma creación.
La destrucción de los símbolos tiene un sabor metafísico digno de ser saboreado. El desmantelamiento de la capa material de las cosas con significado es escandaloso, pero tan hermoso a la vista como el fuego que lo consume, una llama, como todas, que existe para ser observada, que nos devuelve un clon de la aporía si un ícono se destruye y no hay nadie para verlo destruirse, ¿existió el ícono?
Cuando el ensueño humano de crear cosas para la eternidad se vuelve cenizas, sentimos que no ha sido el ícono el que ha estado bajo ataque sino la propia eternidad.
Nota: ya este ha sido un tópico que he abordado antes, cuando la Catedral de Notre Dame ardió por unas horas…
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