9 Ago 2017
Interrupción
La publicidad por interrupción es muy común para promocionar productos del conocimiento, y si se hace bien, debería llamar la atención para generar una compra consciente (son muy pocos quienes compran información solo por impulso).
Pero resulta que la atención es un recurso escaso y selectivo.
Y la consciencia necesita atención. El problema es que la consciencia, que es un recurso que necesitamos para poder incorporar nuevos conocimientos, es una vía con un solo carril.
Aprender requiere consciencia de lo que estamos aprehendiendo (sí, con h intermedia), y para ello necesitamos fijar nuestra atención en el sujeto que nos da el conocimiento.
Las decisiones informadas de compra se dan únicamente cuando el comprador es consciente durante el proceso
Quienes trabajamos en la industria del conocimiento nos vemos en problemas para captar la atención de nuestro público precisamente porque sus niveles de atención no necesariamente van ligados a un nivel de consciencia suficiente para generar una intención real de compra. Por ello, interrumpir al usuario para captar su atención es un método muy costoso. La publicidad por interrupción, llámese banners, popups, notificaciones al celular, puede que funcionen un par de veces, pero su efectividad merma en la medida que quien lo recibe decide dejar de atender conscientemente.
No es igual empujar una venta que generar una intención de compra
Esto lo sabemos quienes vivimos en la industria de la venta de conocimiento: la intención de compra está más asociada a la credibilidad de marca y a un producto contundente que a tácticas de venta creativas. Puede que estas últimas funcionen, pero si no están sustentadas en la credibilidad de la marca, no hay recompra, el componente fundamental que da la posibilidad de ser consistentes en la entrega de información, que es de lo que vivimos quienes estamos metidos en esto.
Es importante ser muy selectivo en la forma en que vamos a interrumpir la atención de un prospecto. O mejor aún, hacerlo muy poco. Hacernos tan indispensables que ellos terminen comprándonos, sin necesidad de empujar la venta, de tal forma que las ocasiones en que interrumpamos su atención sea para aumentar nuestro acceso a su presupuesto y crecer en credibilidad. Siendo lo único disponible, si vamos a interrumpir más nos vale lograr que la atención lograda sea completa y consciente.
Hay que saber administrar esa atención lograda con sabiduría.
8 Nov 2017
Seguimos a quien más se queja, no a quien plantea soluciones
Quienes nos están liderando actualmente son los que saben quejarse más duro, no quienes tienen las soluciones. Esto, aunque es una constante histórica, en una época de redes sociales en donde las hormigas tienen megáfonos, es peligroso: seguimos a los twitteros más polémicos, pensamos como los columnistas más cáusticos y elegimos a los políticos que más insultan. El liderazgo de la queja es un problema más grande dada la complejidad creciente a la que nos enfrentamos, en donde las soluciones son de una escala que solo pueden bien administradas por especialistas. Justo lo que no estamos haciendo.
El liderazgo que la conectividad forja fundamenta su valor más en el presagio que en la acción
Por ello, no es raro que cuando un quejoso profesional adquiera poder, no sepa qué hacer con él. No es suficiente con saber que la roca hirviente caerá: es importante advertir dónde y qué hacer.
Protestar y detectar anomalías en los sistemas es uno de los ingredientes del puré que hace líder a un líder, sumado a la capacidad de conectar, distribuir la información e inspirar. Pero como vivir quince años en una cueva no hace geólogo a nadie, las redes que hemos construido privilegian a quien dice serlo y tiene la capacidad de verbalizar molestias:los aparatos de difusión digital privilegian a quien sabe comunicar, no a quien tiene la razón, lo que puede resultar siendo tan dañino como las causas que generaron la indignación que le dio génesis.
Es un liderazgo patógeno: una vez se instala en un huésped, lo daña
Cuando el seguidor empieza a pensar que su problema son los demás, que es el entorno el que está en deuda con él y que la protesta en sí misma es movimiento, no un considerando de la acción, el mérito del descubrimiento de las causas se pierde. Quien detenta esta jefatura termina consumido por la indignación de quienes le siguieron, confirmando la paradoja de la serpiente que se alimenta por semanas de su misma cola, en tanto que crea nuevas reglas en el camino y cimenta su liderazgo en más molestias que su empática personalidad le permitirá prever y acaudillar, como un nuevo Moisés, el mismo que en el Éxodo de la Biblia lidera al pueblo hebreo durante 40 años para llevarlo desde Egipto a la Tierra Prometida, camino que Google Maps dice que se hace en menos de una semana a pié. Las escrituras abrahámicas anuncian así el advenimiento de un liderazgo que vuelve más lento el progreso.
Entonces, ¿a quién seguir?
Para no caer en el contrasentido de quejarnos de quienes se quejan, es importante retomar la posta de quienes hacen.
Revisar con espíritu crítico nuestra inclinación a seguir a este tipo de dirigentes, y analizar, si vamos a decidir seguir a alguien, si cuentan con características mínimas como un inventario de logros, pasión por conectar gente, ganas de elevar el nivel de la conversación, y capacidad de transmitir entusiasmo por la curiosidad y las buenas ideas. En general, una mezcla decente de los rasgos del temperamento hipocrático (algo de colérico, más de flemático, mucho de sanguíneo y necesariamente una pizca de melancólico).
Parece mucho pero no lo es. Lo anterior no es más que la exaltación del espíritu humano, no un decálogo para la perfección, algo que podemos y debemos pedir de quienes decidimos depositar la confianza de nuestro juicio. Como quien logra despegar su mano de una superficie con goma, despegarnos del adhesivo social que viene con la queja genera una inercia hacia arriba, así como despegarnos de un liderazgo pernicioso nos hará más rápido el progreso.
Gritar la salida de lava hirviente de la tierra no es suficiente: hay que indicar el camino. Es lo mínimo que debemos esperar.
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