En el marco del conflicto entre Rusia y Ucrania, me conmocionó este trino:
«Huir, como en ese cuento persa, de una muerte que no te esperó en Samarcanda».
¿Cuál cuento persa?
Un poco de Google, y ahí estaba:
La muerte y Samarcanda
La historia más célebre que se refiere a la muerte es de origen persa.
Así la cuenta Farid ud-Din Attar:
Una mañana, el califa de una gran ciudad vio que su primer visir se presentaba ante él en un estado de gran agitación. Le preguntó por la razón de aquella aparente inquietud y el visir le dijo:
—Te lo suplico, deja que me vaya de la ciudad hoy mismo.
—¿Por qué?
—Esta mañana, al cruzar la plaza para venir a palacio, he notado un golpe en el hombro. Me he vuelto y he visto a la muerte mirándome fijamente.
—¿La muerte?
—Sí, la muerte. La he reconocido, toda vestida de negro con un chai rojo. Allí estaba, y me miraba para asustarme. Porque me busca, estoy seguro. Deja que me vaya de la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor caballo y esta noche puedo llegar a Samarkanda.
—¿De verdad que era la muerte? ¿Estás seguro?
—Totalmente. La he visto como te veo a ti. Estoy seguro de que eres tu y estoy seguro de que era ella. Deja que me vaya, te lo ruego.
El califa, que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. El hombre regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarkanda, atravesó al galope una de las puertas de la ciudad.
Un instante después el califa, a quien atormentaba un pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como hacía a veces, y salir de su palacio. Solo, fue hasta la gran plaza, rodeado por los ruidos del mercado, buscó a la muerte con la mirada y la vio, la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo. Ciertamente era la muerte, alta y delgada, vestida de negro, con el rostro medio cubierto por un chai rojo de algodón. Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, rozando con el dedo el hombro de un hombre que preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella.
El califa se dirigió hacia la muerte. Esta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto.
—Tengo que hacerte una pregunta —le dijo el califa en voz baja.
—Te escucho.
—Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y probablemente honrado. Entonces, ¿por qué esta mañana cuando él venía a palacio, lo has tocado y asustado? ¿Por qué lo has mirado con aire amenazante?
La muerte pareció ligeramente sorprendida y contestó al califa:
—No quería asustarlo. No lo he mirado con aire amenazante. Sencillamente, cuando por casualidad hemos chocado y lo he reconocido, no he podido ocultar mi sorpresa, que él ha debido tomar como una amenaza.
—¿Por qué sorpresa? —preguntó el califa.
—Porque —contestó la muerte— no esperaba verlo aquí. Tengo una cita con él esta noche en Samarkanda.
El poder de la palabra
Es una gran ciudad. Fue el centro de la Ruta de la Seda. Fue asediada, destruída, reconstruída, glorificada y olvidada.
De sus historias, hasta ahora he leído solo unas pocas, como la historia de su nombre,.
Samar y Kant le dieron nombre
La génesis del nombre de la ciudad es un drama shakespereano que se adelantó más de dos mil años al nacimiento del bardo…
Cuenta la leyenda la historia de dos jóvenes enamorados. La chica se llamaba Kant, y era una princesa que se enamoró del joven pobre, pero apuesto, Samar… como siempre ocurre el rey padre no vio con buenos ojos ese idilio y les negó el matrimonio y una vida de felicidad matando a Samar. Al enterarse Kant, hundida en la tristeza y la desesperación, se suicidó arrojándose desde lo alto del castillo de su padre. El pueblo conmovido por el fatal desenlace de los jóvenes acabó por llamar la ciudad con el nombre de los enamorados para que viviera unido en la eternidad lo que no había consentido el padre… de ahí que esta ciudad se llame desde los tiempos perdidos ‘Samarkanda’.
Mint57
Algún día iré y lo reportaré en este mismo lugar.
29 Ago 2022
Trabajo profesional
El trabajo duro no equivale al trabajo profesional.
El primero busca el resultado; el segundo también, pero enfocándose en los procesos: no solo en qué se está haciendo sino en el porqué, sin atajos ni dejarse tentar por las fechas límite.
Una emergencia es una gran excusa para abandonar los procesos y dejar de ser profesional.
Por eso ser profesional es un trabajo duro. Pero el trabajo duro no necesariamente es profesional.