14 Oct 2022
Quince grados
Veintidós grados es la temperatura ambiental ideal para el ser humano: no se siente ni frío ni calor.
A esta temperatura los aires acondicionados dejan de trabajar, y nuestro cuerpo acostumbrado a reaccionar con escándalo ante la falta de confort, deja de enviar señales al cerebro. Durante el tiempo que estemos en ese ambiente, simplemente se nos olvida que existe el concepto de temperatura.
Treinta y siete grados es la temperatura interna del cuerpo humano. Más arriba es fiebre, más abajo es hipotermia. Mucho más arriba o mucho má abajo es muerte.
Si estamos sanos, en reposo y en una temperatura de confort, en alguna parte entre nuestras entrañas y la ropa hay quince grados -la diferencia entre los treinta y siete y los veintidós- que se disipan.
Quince grados que se desvanecen en lo que algún principio físico explicará como transformación de energía, seguramente dirigida a bombear sangre y transformar oxígeno y conectar neuronas.
Se me ocurre que esos quince grados son el costo energético del pensamiento.
Si lo que nos diferencia de las demás especies es la posibilidad del pensamiento, cuando no lo hacemos solo somos una máquina de dispersión de calor.
15 Oct 2022
Iconoclasia
Los íconos siempre están bajo ataque. Sean famosas pinturas, monumentos de conquistadores o catedrales, y los perpetradores activistas, iconoclastas sin agenda, enemigos cruzados o la misma naturaleza.
Como una especie obsesionada por la eternidad, es obvio que la destrucción de los símbolos nos cause alboroto.
Pero se me hace más interesante ver la sucesión de eventos; ver arder una catedral, que se lance una lata de sopa a una pintura o que se derrumbe una estatua es tan fascinante como su misma creación.
La destrucción de los símbolos tiene un sabor metafísico digno de ser saboreado. El desmantelamiento de la capa material de las cosas con significado es escandaloso, pero tan hermoso a la vista como el fuego que lo consume, una llama, como todas, que existe para ser observada, que nos devuelve un clon de la aporía si un ícono se destruye y no hay nadie para verlo destruirse, ¿existió el ícono?
Cuando el ensueño humano de crear cosas para la eternidad se vuelve cenizas, sentimos que no ha sido el ícono el que ha estado bajo ataque sino la propia eternidad.
Nota: ya este ha sido un tópico que he abordado antes, cuando la Catedral de Notre Dame ardió por unas horas…