13 Oct 2022
Cincuenta y seis noventa y seis cuatro
Hace unos años asistía a una tía septuagenaria a abrir una cuenta en línea. Dudaba de todo: de su número de celular, de su correo electrónico (tuve que crearle uno) y hasta de su número de identificación.
Cuando llegó el momento de preguntarle qué clave usaría no tuvo dudas. Me la dio de un tirón, lo cual era muy extraño, dadas sus dudas anteriores.
Unos días después mi primo (el hijo de mi tía) me preguntó la clave para asistirla él. Cuando se la dije, exclamó: «¡es la misma mía!».
Meses después, en medio de risas en una reunión familiar descubrimos que esa misma clave era usada, sin ponerse de acuerdo, por más de cinco integrantes de la familia. Todos sabíamos por qué: era el número telefónico de la casa de la abuela.
Una suerte de seguridad ontológica que se manifiesta en algo obvio, pero ofuscado.
El número que titula esta nota es compartido por miles de jóvenes adultos, y ya es un fenómeno informático que ha sido asumido con seriedad; de hecho, ya pocos sitios en línea lo admiten como contraseña. La razón es un poco más aleatoria.
En un mundo tan obsesionado con la seguridad, parece que nos da tranquilidad esconder nuestros secretos a plena luz.
14 Oct 2022
Quince grados
Veintidós grados es la temperatura ambiental ideal para el ser humano: no se siente ni frío ni calor.
A esta temperatura los aires acondicionados dejan de trabajar, y nuestro cuerpo acostumbrado a reaccionar con escándalo ante la falta de confort, deja de enviar señales al cerebro. Durante el tiempo que estemos en ese ambiente, simplemente se nos olvida que existe el concepto de temperatura.
Treinta y siete grados es la temperatura interna del cuerpo humano. Más arriba es fiebre, más abajo es hipotermia. Mucho más arriba o mucho má abajo es muerte.
Si estamos sanos, en reposo y en una temperatura de confort, en alguna parte entre nuestras entrañas y la ropa hay quince grados -la diferencia entre los treinta y siete y los veintidós- que se disipan.
Quince grados que se desvanecen en lo que algún principio físico explicará como transformación de energía, seguramente dirigida a bombear sangre y transformar oxígeno y conectar neuronas.
Se me ocurre que esos quince grados son el costo energético del pensamiento.
Si lo que nos diferencia de las demás especies es la posibilidad del pensamiento, cuando no lo hacemos solo somos una máquina de dispersión de calor.